22 de junio de 2024
Por Luis Esteban Muñoz
Durante las últimas semanas hemos visto el agua caer y correr con furia sobre nuestro territorio, reseco y quebradizo más al norte, más acostumbrado a los duros inviernos más al sur, pero incluso por estas tierras ya comenzábamos a olvidar lo que sigificaba semanas enteras sin que las nubes nos dieran un descanso.
El problema es que este cambio no parece un amable retorno a lo que fue, sino un errático comportamiento natural que llegó para quedarse.
Testigos de los cambios son los árboles, algunos caídos por fuertes vientos y otros derribados por la sed humana. Escenario de aquello, distintos lugares, donde pudiéramos encontrar un lago que alguna vez fue hogar de peces y aves ahora alberga viviendas humanas, recordatorio de la expansión implacable de nuestras ciudades. El cambio climático no solo transforma el planeta, sino también las culturas, las sociedades y la forma en que habitamos el mundo, pero a veces sin culpas.
En el plano social, a lo largo de la historia, la humanidad ha dependido de la agricultura y la silvicultura para satisfacer las diferentes necesidades, lagunas básicas y otras solo por mero capricho. Hemos talado bosques, cultivado la tierra y explotado recursos minerales para construir nuestras ciudades y alimentar a nuestra creciente población. Sin embargo, esta relación con la naturaleza se percibe cada vez insostenible.
El aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero ha traído consigo un cambio climático acelerado, con sequías prolongadas en algunas regiones e inundaciones devastadoras en otras.
En tanto, las lluvias torrenciales que antes eran raras ahora se convierten en eventos comunes, erosionando suelos, destruyendo cosechas y desplazando comunidades enteras. Los animales, que también sufren los efectos del cambio climático, se ven obligados a migrar a nuevas áreas, enfrentándose a la pérdida de hábitat y la competencia por recursos. Competencia que parece ser desleal y extraña, donde algunos animales se ven atrapados o encuentran una “cerca”, malla en medio de la nada.
¿Quiénes son los dueños de estas tierras lejanas?
En este contexto, la distinción entre lo urbano y lo rural se vuelve cada vez más borrosa, donde la delgada línea es imperceptible tanto para humanos como para animales. Las ciudades se expanden hacia áreas rurales, devorando ecosistemas y transformando paisajes. La demanda por alimentos, madera y otros recursos naturales aumenta a un ritmo alarmante, poniendo aún más presión sobre un planeta ya casi agotado, si es que no es así ya.
Entonces es justo preguntarnos si debemos adoptar prácticas urbanísticas, agrícolas, mineras y forestales sostenibles, reducir nuestra dependencia de los combustibles fósiles y repensar la forma en que planificamos nuestras ciudades. La supervivencia de nuestras culturas y sociedades depende de nuestra capacidad para adaptarnos a un mundo en constante cambio, pero pareciera que solo avanzamos hacia un modelo depredador. Y es la propia naturaleza quien nos aterriza a la tierra con un valde de agua fría, inundando nuestras ciudades y majestuosas construcciones.
25 de marzo de 2024
Por Valentina Luksic Ardiles
Este artículo nace de una observación acaso superficial; la frialdad de doctores y enfermeras.
Superficial porque deja fuera muchas cosas, como la importante consideración de que ellos trabajan con la vida y la muerte todos los días, ven la vulnerabilidad y fragilidad del cuerpo, de la edad, de la mente y de la soledad que conlleva.
No es un trabajo fácil, lo sabemos, pero eso no elimina por completo la necesidad de una petición: permítanse acercarse a personas solas, abandonadas, asustadas. Dense el tiempo de escucharlos, de verlos, hacerles saber están concientes de su existencia , eso vale mucho y no cuesta demasiado.
Comencemos escuchando
“Es mucho más importante saber qué persona tiene la enfermedad que cuál enfermedad tiene la persona”
-Hipócrates
Quienes han estado en urgencias, ya sea como pacientes, familiares o trabajadores, saben que las cosas se hacen para ayer, no hay tiempo para hablar, no hay tiempo para escuchar, simplemente no hay tiempo. En urgencias la vida de la persona-paciente no vuelve a ser la misma. El miedo, la desesperación y la incertidumbre se vuelven parte de ellos, por lo que buscan una solución rápida a esa sensación.
Partes de un entorno hostil, ven a otros igual o peores que a ellos mismos, son clasificados según la “urgencia”, algo muy subjetivo desde una mirada social, porque, ¿cómo puede ser que un adulto mayor con cáncer linfático no sea una razón de urgencia? O ¿alguien que está a punto de desmayarse por haberse descompensado en medio de su diálisis no sea considerado urgente?
Por desgracia no tenemos mucho que decir ante esas decisiones, pero sí podemos, ya dentro de la urgencia, tratar a las personas-pacientes con dignidad.
¿Dignidad? Pero sí ya se les da dignidad al atenderlos, al salvarlos. No, salvarlos, no, ese es el resultado del trabajo de los profesionales de la salud, es algo que juran cuando terminan sus carreras, no es un favor. Como sea, el problema está en otro lado, algo que es parte de la misma dignidad con la que se cuida a la persona-paciente, esto es: escucharlos.
Este año 2024, el Consejo Médico General del Reino Unido incluyó dentro de su guía de buenas prácticas médicas, “la amabilidad”, no obstante, algunos mostraron su completo rechazo. Parafraseando a Margaret McCartney, la doctora y escritora británica, "La amabilidad es una palabra que se ha convertido en un arma". La especialista señala que "es mucho más fácil ser amable" cuando el sistema sanitario tiene buenos recursos humanos y materiales a su alcance.
¿Será cierto? Yo no lo creo, si bien es cierto que tener recursos humanos y materiales darían a las personas-pacientes una mejor atención, en muchos países eso no es posible, en especial en urgencias de países en vías de desarrollo como el nuestro, es por ello que tener recurso no debería ir ligado con tratar con amabilidad, con practicar la escucha activa con las personas-pacientes.
El simple hecho de que saludemos, que preguntemos ¿cómo estás?, qué escuchemos unos minutos sus historias cambia muchas cosas, cambia, por ejemplo, la forma en que esa persona responde a los tratamientos,
El saber que existen y que son vistos, algo fundamental y que no tiene nada que ver con los recursos, tienen que ver con la humanización. El presentarte, el hablarles por sus nombres (y acordarse de ellos), de sus rostros. Se trata de acciones gratuitas, que no nos quitarán el tiempo y además le estaremos dando un trato digno a las personas-pacientes.
Las emociones no nos nublan el juicio, no nos hacen menos profesionales, no nos hacen débil, nos hace humano. Más de una vez he escuchado a profesionales de la salud que no saben contener a una persona que está desbordada en su emoción, algo que podríamos hacer con nuestra familia o amigos, no es tan fácil con un extraño, pero podemos comenzar con algo tan simple como escuchar.
24 de enero de 2024
Por Luis Esteban
La plaza pública existe como concepto desde hace más de dos milenios. Espacios de reunión para la comunidad, solían ser explanadas de piedras que luego dieron paso al cemento. En aquel tiempo esto fue una elección totalmente lógica. Las nacientes urbes eran un territorio que nos protegía contra una naturaleza salvaje, casi virgen, por lo que dejar entrar a esa naturaleza al centro de las jóvenes ciudades no tenía demasiado sentido.
Por aquel tiempo la soberana era la vida vegetal y animal y nosotros no éramos más que tímidos arrendatarios de sus dominios, por lo que un espacio firme, plano y sin árboles para nuestras plazas era la elección natural. El tiempo, sin embargo, pasa y las cosas cambian.
Desde hace más de un siglo, el hombre ha reclamado casi cada rincón del planeta y las plazas, pasaron de ser un refugio ante lo natural a ser un refugio ante lo omnipresencia de lo urbano, o al menos esto es lo que nos indicaría la lógica.
En este mundo cada vez más dominado por el concreto la fauna se ha transformado en el testigo mudo de un cambio (un “desarrollo”) que más parece un proceso de auto-encierro. Una fauna que desaparece poco a poco en su rol de vigilantes de nuestra propia decadencia reflejada sobre aquello que llamado “propiedad”.
Plaza romana.
¿Qué es eso tan especial que estamos perdiendo?
Toda pequeña o gran ciudad, en sus momento fue un vasto territorio en el que reinaba el verdor y los aromáticos paisajes repletos de bondad y sencillez. Luego los campos se transformaron en ciudades perdiendo las praderas y con ellas su función como reguladores de los avatares climáticos.
Como hemos dicho, en un principio la piedra y la ausencia de árboles tuvo un sentido, pero al hombre no le bastó con la protección que brindaban y continuó en su afán colérico por pavimentarlo todo, privándonos no solo de la cada vez más escasa belleza que aún queda en el planeta, sino que destruyendo elementos que nos amparaban del clima.
Uno de estos elementos es la permeabilidad de los suelos naturales, perdida casi en su totalidad en nuestras ciudades, donde el agua de lluvia no tiene donde escurrir, acumulándose o yendo, toda junta y al mismo tiempo, en la misma dirección, provocando así inundaciones, desplazamientos de tierras y otros desastres.
Mientras vemos cómo los edificios se elevan, también vemos cómo la calidad de vida de sus habitantes se ve amenazada.
Las plazas y parques ya no son meros lugares de convivencia, ahora son oasis, protectores naturales contra los elementos y contra nuestros propios fantasmas, contrarrestando el estrés y mejorando la salud física y mental de quienes las disfrutan.
A pesar de la limitada evidencia, queda claro que las áreas verdes en las ciudades aportan más que estética. Funcionan como escudos contra los estragos del cambio climático, purificando el aire, reduciendo el ruido y regulando el agua durante tormentas.
En algunos casos, son también íconos territoriales, importantes referentes arquitectónicos e incluso hogar de árboles que nos sorprenden con frutas en determinada estación, las que suelen disfrutar turistas y visitantes pero los habitantes locales dejan caer sin siquiera mirarlas.
En un mundo afectado por el cambio climático, las áreas verdes en las ciudades no son sólo elementos decorativos, sino herramientas esenciales para contrarrestar los desafíos ambientales que se avecinan, además de ser parte de la vida de cada persona, un remanso para decenas de generaciones que han debido abrirse paso por ese conjunto de lápidas llamadas pavimento.
Plaza de Curacautín.
27 de Diciembre de 2022
Por Luis Esteban
¿Cuánta realidad le falta a la realidad?, la esencia de las festividades suele estar dada por actos derivados de algún evento en particular. ¿Por qué celebramos la navidad como la celebramos?, pregunta que no aparece entre las dudas colectivas de estos días.
La Navidad comenzó a celebrarse ampliamente como una liturgia cristiana específica a partir del siglo IX, sin embargo, dice la Enciclopedia, fue a principios del siglo XX cuando la celebración se convirtió también en una fiesta familiar, siendo celebrada por cristianos y no cristianos por igual y perdiendo los elementos religiosos para estar más caracterizados por el intercambio de dones”. En tanto, esta última palabra resuena de antiguos verbos, lejanos y ajenos a la realidad que hoy vivimos. “Don”, en sentido de regalo, gracia o cualidad de una persona, viene del latín donum (ofrenda, regalo), con la misma raíz que el verbo donare (dar) y este de la raíz indoeuropea *do -(dar).
Dones, regalos, ofertas y todo tipo de engendros comerciales han dado forma al sentido actual de la navidad. Diciembre, mes de ofertas y demandas, ganancias, inversiones, pero también de escasez y pobreza. Dos caras de la moneda muy diferentes, escenarios grises, silentes en los que solo queda dormir y esperar la llegada de otro día. La calle, escuela para algunos, paseo y casa para otros.
Los “otros”, esos seres invisibles de la sociedad, seres errantes, vestigios de una humanidad caminante, pródiga en soledad y desoladoras historias. Escenarios indiferentes o simplemente el reflejo de un nulo interés por las carencias ajenas, pero también del simple desconocimiento.
Y es que hay muchos que carecen de la experiencia que los lleve a comprender de qué hablamos, o como decía Cervantes a través del inmortal Don Quijote:
(...) y como no estás experimentado en las cosas del mundo, todas las cosas que tienen algo de dificultad te parecen imposibles; pero andará el tiempo, como otra vez he dicho, y yo te contaré algunas de las que allá abajo he visto, que te harán creer las que aquí he contado, cuya verdad ni admite réplica ni disputa”.
Y aunque muchos podrán decir que sí saben de lo que aquí hablamos, pues lo han leído o han conocido a personas que lo han sufrido en carne propia, lo cierto es que solo los hombres y mujeres que han vivido las crudas, frías y nostálgicas noches de invierno, el calor humeante del verano, el ventoso otoño y las primaveras adornadas de colores y aromas ajenos, solo esos seres excepcionales en sus carencias, pueden Entender estas palabras.
Navidad, una noche para estar en familia, ¿pero qué es la familia?, dicen que hoy somos todos familias, existen monoparentales, bisexuales, homosexuales y aquellas donde los y las integrantes son animales como perros, gatos u otros. Hay familias de amigos y familias donde nadie se conoce, porque cada uno está ocupado en sus asuntos. Todo parece calzar con el amplio concepto antes reservado a un padre y una madre con sus hijos, pero y la calle o la soledad ¿son también una familia?
La navidad tras el escenario donde hombres, mujeres y niños escarban entre las sombras y restos y que en algunos casos solo deben conformarse con el pan del día anterior y si sobra algo para hoy y mañana. La navidad del que solo en su espejo encuentra algo parecido a una sonrisa.
Un dolor y una soledad que contrasta con su perfecto opuesto cuando se encuentra con la otra necesidad; la de ayudar.
Ver el rostro de inocentes personas que por diferentes circunstancias de la vida están pasando por una situación difícil y sentir el impulso de movilizarse, de escapar de la comodidad que pierde su sentido. Ayudar sin esperar nada a las víctimas del desempleo, el analfabetismo, la discapacidad, el consumo de alcohol y drogas, las enfermedades mentales y otros factores sociales, dimensiones que la políticas públicas no han sabido abordar, gracias a la inexperiencia, la falta de conocimiento de la realidad, el escaso trabajo en terreno, la poca empatía y falta de compromiso y vocación con el trabajo y profesión, y en muchos casos la solidaridad abandonada o desterrada del corazón, ¿porqué?, porque no es mi problema, porque estoy bien, el/ella se lo busco, etc. Pero aún así hay quienes persisten, los unos recorriendo incansables las calles de la ciudad, los otros buscándolos para entregarles lo poco que tienen a cambio de una sonrisa.
Así es la otra navidad, fecha donde se encuentran la felicidad y la hipocresía, la soledad y el deseo de ayudar, las cuatro estrellas de un árbol coronado por nuestra propia estrella; nuestra vida con sus complejidades y deseos, sus carencias o abundancia.
Quizás sea tiempo de cambios, tiempo de abrir los ojos, apagar el teléfono y darnos cuenta de que hay personas a nuestro alrededor que necesitan ayuda. En la calle donde se levanta mi casa, en la plaza de mi pueblo, o junto a mí, compartiendo mi mesa. El adulto mayor que vive solo/a, el matrimonio desempleado, la persona que vive en situación de calle o un familiar en la soledad de sus problemas.
Y claro, no basta con solo una noche, quizás cuando hablamos de dones, también estos se refierían a la cualidad del ser humano de ser persona y dar al otro/a lo que no tiene. Dar de lo poco que tengo y Compartir, porque el día de mañana tal vez necesitaré que otro actúe como yo lo hago ahora.
Esa es la otra navidad, un escenario en el cual no se trata de objetos, si no de objetivos; ser cercano, abrir los ojos, amar, respetar, abrazar.
Esa es la otra navidad…
Por Luis Esteban
A comienzos de agosto, las comunidades de Radalko y Pideko, ambas correspondientes a la comuna de Curacautín, se han reunido con el fin de presentar algunos puntos de interés local, social, cultural, espiritual y aspectos legales con respecto al desarrollo del proyecto geotérmico de generación eléctrica desarrollado por la Transmark Chile Spa, Transmark Renewables, GEG y North Tech; Adobera Spa.
Alberto Curamil; Logko Lof Radalko, señala que “en relación con el proyecto y como comunidad, estamos preocupados, quiero que nos hagamos cargo de esta preocupación, esto nos puede afectar a todos, mapuches y no mapuches”, esta preocupación se centra en la posible tala de árboles nativos, la intervención sobre el acceso a la zona, y la inevitable afectación de la flora y fauna en general.
Del mismo modo, se menciona que existen antecedentes poco claros o simplemente no entregados por la empresa en referencia a la zona de intervención, así como a otros requerimientos de información tales como la memoria descriptiva y explicativa del proyecto, tanto de etapa exploratoria como en la etapa de intervención.
La empresa, por su parte, manifiesta que actualmente se encuentran en un proceso de exploración para estimar la viabilidad productiva del proyecto, lo que, según señala, está ligado a los cambios socio-políticos que experimenta el país, reconociéndose así la posibilidad de que el proyecto no llegue a ejecutarse, aunque se espera lo contrario.
Señalan, asimismo, que ha habido un rediseño del programa de perforación exploratoria, realizándose una reducción del número de plataformas, de 6 a 4 y finalmente a 2, disminuyendo en un 33% la superficie a utilizar, reduciéndose de impacto de especies autóctonas de la zona, referidas en la ley 20.283.
Los representantes de las comunidades, en tanto, se centran en aspectos de índole socio-cultural vinculados con la cosmovisión mapuche y local respecto de la posible afectación a diferentes áreas de interés turístico y de conservación, las que, en opinión de los profesionales y expertos que validan la posición de la comunidad, se verían afectados por la manipulación y/o intervención humana sobre el medio natural, flora y su fauna. Estos mismos, resguardados bajo diferentes convenciones o dictámenes en la legislación nacional.
Por otra parte, se pone en relieve la escasa participación por parte de los agentes del Estado en informar en tiempo y forma respecto de los proyectos que se pretenden desarrollar en el sector, no existiendo plena consciencia sobre las áreas de afectación, erosión y destrucción del entorno natural, así como tampoco en lo referente a la construcción de infraestructuras industriales y asentamientos humanos, los que generarían un desequilibrio y retroceso en el desarrollo natural del ambiente, zona protegidas.
Desde el punto de vista de las organizaciones comunitarias, es responsabilidad del Estado resolver situaciones que afectan el desarrollo natural y humano, mientras que la empresa debe buscar mecanismos concretos para poder acercarse a las comunidades y entregar información, recursos y beneficios a corto, mediano y largo plazo a la comunidad local.
Haciendo referencia al término de Responsabilidad Social Empresarial (RSE). En relación con los aspectos legales, se hace referencia al convenio 160 de la OIT, los Derechos Humanos, y a lo dispuesto en art.19 de la ley 20.283 sobre recuperación del bosque nativo y fomento forestal. Y en conformidad al art. 37 de la ley 19.300 y el derecho a vivir en un entorno libre de contaminación.
A pesar de que las posturas siguen siendo contradictorias, la convocatoria representa un acercamiento que reconoce la importancia de las comunidades indígenas locales y la comunidad no mapuche, las que se encuentran en su interés recíproco sobre el medioambiente y las preocupaciones futuras por los efectos que puedan causar la alteración del ambiente natural y la consiguiente afectación de aspectos sanitarios, culturales y la posibilidad de un desarrollo turístico de la zona.
En palabras de los mismos exponentes, escenarios participativos como este son los que hace falta para transparentar posturas e intentar llegar a acuerdos.
Seguramente no será la última ocasión en la que los representantes locales hacen ver sus preocupaciones, demandas y opinión respecto de sus interés sociales, ambientales, espirituales y legales. Y como dicen, “somos todos hijos de la misma tierra”.
Por Manuel Velásquez
En un reciente artículo te contamos acerca de las virtudes de TikTok y sobre los espacios que brinda para que creadores de contenidos ligados a la educación puedan compartir sus conocimientos con el mundo. Sin embargo, no todo es color de rosa puesto que esta red también tiene un lado oscuro y otro que, estando a simple vista, es tanto o más peligroso.
Hace poco supimos del lamentable fallecimiento de Archie, un muchacho inglés de 12 años, que terminó con su vida haciendo el Blackout Challenge, un desafío que consiste en contener la respiración hasta quedar sin oxígeno y desmayarse en el acto. El preadolescente, al igual que Nylah Anderson de 10 años, falleció debido a una muerte cerebral. La red social ha recibido demandas no solo por estos casos, sino también por las pequeñas Arriani Arroyo y Lalani Walton de nueve y ocho años respectivamente.
La lista de fallecidos lamentablemente continúa producto de retos como El rompecráneos, que consiste en brincar y ser golpeado en los pies para caer de espalda; el Chroming, que es acerca de inhalar sustancias; el Brenadryl Challenge que opera bajo la base de que depende de la dosis para que algo sea venenoso; o el Fractal Burning que no es un challenge en sí, sino una técnica artística que consiste en decorar madera quemándola con electricidad; entre muchos otros.
Parte de este fenómeno se podría extrapolar a lo que en la década de los 40 se denominó como la teoría de Usos y gratificaciones, corriente que estudiaría la relación entre los medios de comunicación masiva y la gente.
“Usos” hace referencia a las formas de utilizar y consumir contenido de los medios, mientras que “gratificaciones”, alude a las necesidades psicológicas y sociales que la audiencia pretende satisfacer con el uso de los medios. En los 60 esta teoría, ya más consolidada, concluyó que la población no es una audiencia pasiva, sino que, al contrario, es un actor activo dentro del proceso comunicacional que no se inmoviliza recibiendo estímulos e información, sino que reacciona a estos y, además, influye en lo que los medios pudiesen llegar a transmitir.
Con la llegada de Internet y la creación de las redes sociales, llegamos a la etapa denominada como Internet 3.0, en la que el consumidor pasa a ser un prosumidor, es decir, alguien que no solamente consume contenido, sino que también lo genera. Esto resulta en una revolución en la forma que tenemos para consumir contenido, ya que la relación asimétrica que existía antes entre el medio y la audiencia se pierde al ser todos capaces de crear contenido y así, llegar a ser mediáticos.
Comunicacionalmente hablando, es la teoría de Usos y gratificaciones combinada al fenómeno recién mencionado, lo que da paso a lo que estamos viviendo hoy en día; personas que crean contenido y, al mismo tiempo, reaccionan al contenido y opiniones de otros, creándose una suerte de tejido, un sistema tan complejo como el proceso comunicativo mismo.
Esto causa que el contenido esté determinado por lo que se está consumiendo y con lo que se hace con ese contenido. Algunos, por ejemplo, podrían ver una teleserie en televisión porque les intereso la trama, la narración, se identificó con un personaje, etcétera; otro televidente, sin embargo, está viendo esa teleserie no porque le guste necesariamente la trama, sino que su objetivo principal sería tener un tema de conversación con la gente que ve tal producción y no sentirse ajena a la discusión. Lo mismo pasa en redes sociales con las denominadas tendencias.
Yendo a una dimensión psicológica, los trends o challenges son efectivos porque quienes los reciben como contenido son muy influenciables al respecto, justamente por las gratificaciones que se generan al ser parte de una comunidad y ser el centro de atención. Según Yenifer Romero, psicóloga, falta educación por parte de los padres para que vayan más allá de lo obvio con respecto a la formación de sus hijos, debiendo desarrollar cuidados adicionales vinculados a a un control bien entendido y a la puesta en práctica de límites claros en cuanto a su interacciones con las redes sociales.
Según la experiencia de la psicóloga, lo que ha podido notar es que “los niños están muy influenciados por las redes sociales, sea cual sea, y eso ha llevado a que conozcan muchas personas online, las cuales a veces pueden ser niños como ellos, pero también puede ser un adulto tras la pantalla” dice al respecto del fenómeno de inmersión en las redes sociales que está llegando a tener un paralelismo con la realidad tangible. “Por ejemplo, una niña de unos ocho años dijo que estaba muy triste porque no había podido hablar con su hijo. Al preguntarle quién era, decía que era de los juegos en línea. Entonces falta educación desde los padres hacia ellos, y quizá también que desde escuelas”, recuerda la profesional, haciendo hincapié en la importancia del rol de los padres en la vigilancia de las actividades que los niños llevan a cabo frente a las pantallas.
Cada caso es particular después de todo, pero hay ciertas constantes que se van repitiendo en cada dispositivo y usuario. Como hemos expuesto antes, las redes sociales son un medio de comunicación con usos potencialmente valiosos y beneficiosos, permitiendo la comunicación y educación. Sin embargo, todo en exceso hace daño y no todos los contenidos son buenos. La invitación es a tener cuidado, sobre todo cuando se trata del ejemplo que le damos a nuestros hijos pues, el problema no tratado podría resultar en consecuencias irreparables para una familia.
Por Millaray González
En los últimos años la prensa ha dado a conocer de qué forma el uso de tecnologías ha afectado las interacciones sociales entre niños y adolescentes, lo que a su vez ha dificultado sus procesos de aprendizajes, bajando los tiempos de concentración y disminuyendo la memoria de trabajo ante tareas sencillas.
El amplio estudio de esta realidad que tiene en un estado de permanente alerta a las comunidades educativas, paradójicamente ha invisibilizado el hecho de que el mismo problema se encuentra presente entre los adultos, específicamente en la nueva generación de padres.
Los efectos del abuso de tecnología se han estudiado desde diferentes corrientes, sin embargo, no es fácil hallar el alcance de esos efectos cuando los afectados son los padres.
En ese sentido, la relación entre el uso de tecnologías y las habilidades que se desarrollan en los menores fuera de los espacios educativos, está sujeta, en gran medida, a los estímulos que emanan de los padres o tutores hacia el menor, en particular en cuanto al desarrollo del lenguaje.
Es así como la pregunta que surge es; ¿son las nuevas generaciones de padres modelos de comunicación social?
Diversos estudios han planteado que el uso de tablets o celulares en menores de tres años está afectando el desarrollo del lenguaje, y si bien esos datos pueden ser un reflejo de un fenómeno de nuestros tiempos, en los que los padres no tienen el tiempo necesario para motivar y estimular el desarrollo del lenguaje, es evidente que ellos (los padres) también son sujetos que pasan horas y horas frente a una pantalla, lo que dificulta que el menor vea la necesidad comunicativa por parte de los adultos que lo rodean, tendiendo a imitar ese comportamiento poco comunicativo.
En este punto, cabe preguntarnos qué modelo de comunicación estamos siendo para los más pequeños del hogar. Es probable que veamos que nuestro tiempo en pantalla sea más de tres o cuatro horas, tiempo que se le resta al desarrollo de espacios de interacción social dentro del núcleo familiar.
¿Qué hacer para mejorar las relaciones en la familia?
Como consejo, los padres pueden destinar una hora a la semana para una “tarde familiar, en un espacio donde por regla se prohíba el uso de dispositivos electrónicos y en el cual los integrantes de la familia pueden compartir un juego de mesa, o un paseo por un parque o plaza, una comida especial, etc.
Es importante que dentro del hogar existan espacios de confianza, donde todos puedan plantear sus inquietudes, miedos o momentos de orgullo, esos espacios pueden darse en comidas, en momentos como la onces otros, sin embargo, para que ese momento se dé, es necesario tener una pausa de televisión, celulares y cualquier otro dispositivo.
Finalmente, es necesario monitorear el tiempo que empleamos en nuestros dispositivos, en los celulares puedes revisar esto en la sección ajustes o configuración, de esta forma podemos evaluar si nuestro uso de tecnología es saludable y hacer cambios al respecto.
Millaray González es Licenciada en Artes Visuales de la Universidad de Ciencias de la Educación y Licenciada en Pedagogía de la Universidad de Los Andes.
Por Revista Las Raíces
Alejados del desarrollo de una cultura equivalente a las de los centros de influencia global, los territorios rurales buscan representación en las expresiones de origen local fuertemente marcadas por tradiciones centenarias, las que frecuentemente han sido acalladas en sectores donde la conexión internacional da pie a la producción y reproducción de otros lenguajes.
La replicación de este hecho durante generaciones permea tanto el sentido crítico de las audiencias como los programas de difusión de los gobiernos regionales, quienes apuntan sus esfuerzos a dar visibilidad nacional o internacional a estas expresiones, frecuentemente llamadas folclóricas.
Este hecho, sumado a la exposición en medios de comunicación que dichas expresiones alcanzan en perjuicio de otras, refuerza la idea de que son solo estas las verdaderas representantes de todos los habitantes de los territorios alejados de las grandes urbes.
Conviven, entonces, dos hechos. El primero de ellos es sin duda positivo; el rescate de las tradiciones de nuestros antepasados y el énfasis en su respeto. El segundo hecho, sin embargo, conlleva efectos indeseados para el libre desarrollo artístico de sus habitantes. Esto es, la dificultad adicional que debemos sortear para desarrollar propuestas alejadas de lo esperado, o bien para acceder libremente a las corrientes artísticas y los tipos de expresión que de mejor forma representen nuestra particular forma de ver el mundo.
Los habitantes de grandes ciudades que pretendan hacer el esfuerzo por rescatar las viejas tradiciones tienen las herramientas para hacerlo, pues en ellas conviven todo tipo de expresiones y habitan personas con todo tipo de sensibilidades. En Santiago o en Nueva York es posible encontrar individuos y grupos dispuestos a rescatar el pasado. En los pequeños pueblos, sin embargo, resulta mucho más difícil, cuando no francamente imposible, participar en actividades donde se pongan en escena expresiones de vanguardia o se rescate el trabajo de artistas a nivel global, y aún más difícil resulta que alguien interesado en desarrollar expresiones equivalentes pueda hacerlo.
En los pueblos de Chile no suelen haber galerías ni centros culturales dedicados a la promoción del arte sin fronteras, entendiendo por fronteras no solo las líneas imaginarias que nos separan de otras naciones, sino también las que nos separan de expresiones no exploradas. En la misma línea, tampoco abundan medios de comunicación cuyo objetivo vaya más allá de la transmisión de noticias cotidianas y menos aquellos destinados expresamente a la difusión cultural. La inmensa mayoría de los recursos públicos destinados a la difusión artística, en tanto, se agota en los esfuerzos por fomentar la “cultura local” entendiendo cultura local como un forzado sinónimo de “cultura tradicional”.
¿Qué puede pensar un joven en formación sobre la cultura en tanto espectador pasivo de esta equivalencia?
La posibilidad de desarrollar él mismo una expresión cultural disruptiva o innovadora se aleja casi irremediablemente. Lo local es también lo que nos pasa, y aquello que nos pasa puede dialogar tanto con lo que ocurre en mi territorio como con aquello que le quita el sueño a alguien como yo al otro lado del mundo. Aún más, lo “local” puede no haber ocurrido nunca en ninguna parte, puede estar naciendo aquí y ahora, rodeado de volcanes o de grandes edificios.
Entendemos el problema que representa la agonía de algunas expresiones culturales, pero parece injusto que sean los habitantes de los territorios en cuestión quienes deben pagar el costo de esta problemática, experimentando un encierro cultural cuya única ventana parece mirar hacia el paisaje de lo tradicional.
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