29 de noviembre de 2022
Por Felipe Foncea
Conocí a Jacqueline en la feria del libro de Panguipulli, en la Región de los Ríos. Sentada a mi lado, Jacqueline toma la palabra para compartir con los asistentes alguna de sus obras.
Pocos segundos bastaron para que entendiera que no se trataba de una poeta más.
La fuerza de su voz, la seguridad de sus intentos, la calidez de su ritmo y el coraje de sus versos se condensaron en una lectura que nos hizo olvidar el lugar donde estábamos para trasladarnos a un tiempo que parece olvidado, donde la verdad pesa más que los aparatosos disfraces.
Heredera de viejas hechiceras, Jacqueline invita a sus lectores a ver aquello que nos resistimos a ver, a reconocer la presencia de heridas y deudas, pero también de posibilidades y valor.
Su obra es, ante todo, la obra de una Mujer, una mujer que ha abierto sus ojos para ver y sentir a otras mujeres, a quienes recita versos que se mezclan con la luz de la luna.
A pesar de que el sentido es lo más relevante en el trabajo de Jacqueline, no deja de lado a las palabras y sus juegos, los que maneja con el oficio propio de quienes han pasados años frente a páginas en blanco.
Hay palabras que no salen de ninguna parte, habitan en mí como fantasmas, a veces asoman por vidrios de una casa antigua, sin muros, sin mujeres. Qué diferente se hace todo cuando del Bosque aparecen, ellas, “ennoviecidas”, aladas, coloridas, enlutadas (…)
Y cuando asoman son capaces de decir lo que se calla, sin temor a la crítica vacía, avanzando hacia donde habitan mitologías antiguas, bosques gobernados por mujeres hábiles en antiguos ritos en los que el amor, en su forma más transparente, también está presente.
Y después de conocerla le dije cosas que ella ya sabía, le hablé de su voz y de cómo ya son tan pocos los que se atreven a levantarla para decir la verdad. Le hablé de las cosas que importan y cómo ella habitaba en su centro. A cambio de sus tesoros les di los míos, tres libros a cambio de tres libros, y nos despedimos sonriendo.
No me queda más que recomendar la búsqueda de Jacqueline, ir tras sus textos publicados por ediciones Una Temporada en Isla Negra. Ir tras Conjuros (2011), Mujer no sé si contarte (2016) y Manifiesto (2019).
Pero también tras Mis Primeros Años (2003), Una Bruja Emplumada en el Tzolkin (2005), Una Memoria inconclusa (2013) y la recopilación Memoria que resiste (2017). La obra literaria de Jacqueline Lagos Maragaño, la mujer habitada de voces formidables.
Jacqueline Lagos Maragaño
Jacqueline Lagos Maragaño nace en Osorno , región de Los Lagos. Ha sido parte de numerosos encuentros relacionados con la prevención de la violencia de género, la cultura, la educación ambiental, la eco-crítica, y el ecofeminismo, manifestando siempre su defensa de la capacidad creativa del ser humano, los derechos de las mujeres y la necesidad de salvaguardar la cultura y tradiciones de los pueblos originarios.
Deshojada sobre mi espalda
reclamo tu llegada.
Nostalgia de un viento
dibujado entre matices invisibles
sostienen la comedia.
Este día pareciera que no se define,
aromas negros arrastra la tarde,
es como si todas las estaciones
estuvieran juntas,
escalofríos, llantos, sudores, angustias.
Imágenes contenidas en una novela inconclusa.
Estoy esparcida, mintiéndome
Atávica, sin ver, sin oir, muriendo.
Sentí la muerte rondar mis sueños
y los pasos diluirse entre la niebla.
Hay una mañana que no vislumbro
mientras caen mis delirios.
Estoy pariendo sin apoyo.
Corriendo el aroma como agua en la cestilla.
Hoy sentí que los retos tienen un fin...
No estoy sola
En este silencio te veo por un minuto.
Alada escucho tu plegaria que escribimos sobre
la montaña de la memoria.
Entiendo la hija que fui.
Que soy.
Acepto callada los espejos
dibujados por tus manos
y
los miles de pasos que siguen gratuitos
a este silencio que evocas.
*
Aún tejiendo tu voz en el verso
no encuentro quietud a mis ruegos.
Baldío es el amor
cuyo beso prometido
se fue bajo un sauce llorón.
7 de noviembre de 2022
Por Felipe Foncea
Javier María Olórtegui (Ayacucho, 1982) es un poeta de la experiencia vital que busca decir y decirse, contar y contarse. En tal intento no rehúye el riego de las frases fundacionales, pero no se queda en su estética grandilocuente, sino que avanza hacia la búsqueda de aquella verdad independiente de los grandes nombres. En otras palabras, Javier María se atreve a decir “yo soy” como antes se atrevieron Whitman y Neruda, pero no intenta ser otro. Recuerda en tal sentido a Nicanor Parra, pero, a diferencia de este, sigue en busca de ciertos ritmos, de ciertos juegos del lenguaje que lo separan de la palabra desnuda. El traje que escoge para ellas, sin embargo, no pesa demasiado, y desde luego no impide que la honestidad se reconozca entre estrofa y estrofa.
He mencionado a tres grandes en pocas palabras, es también una forma de decir que Javier María Olórtegui posee lo necesario para ser uno de ellos. Si alguno de sus poemas estuviera oculto en una antología de poesía fundamental (aunque toda poesía de alguna forma lo es), la obra de Javier María no desentonaría en lo más mínimo; en ella se observa trabajo, estudio, simples y complejos homenajes, profundidad y claridad en cuanto a lo que se intenta expresar. Podría decirse que sus poemas constituyen el ejemplo opuesto a la poesía casual, aquella que simplemente expresa sentimientos o sensaciones, cada línea que nos entrega Javier María Olórtegui posee una densidad propia de quienes tienen mucho por decir, pero no se trata de una densidad que agobie, sino una densidad que arrastra, con su peso, hacia allí donde el poeta pretende llevarnos: la intimidad de su experiencia humana.
Javier María Olórtegui
NACÍ EL DÍA de la muerte de Cristo
la noche del diecinueve a mitad del equinoccio
mi padre fue solo un viento fugaz y frío
solo mi madre las noches largas
el hambre y el dolor
los caminos las montañas y el mar
sostuvieron mi existencia en el azar
—tarde lo llegué a saber—
mi primera infancia transcurrió escondido
entre la rueda y el pedal de una máquina de coser
le debo a ella
el coraje corto y la biografía torpe
—flores secas de mi tristeza
retama en su aroma
que en el duro oficio de las lágrimas
me enseñaron a desorientar
injustamente la mirada—
(…)
Agrada la combinación de usos propios de la poesía provincial de principios del siglo XX y de resabios de la vanguardia de Huidobro y sus mil hijos que se desperdigaron por América. Veo, entre ellos, a Enrique Lihn y a Pablo de Rokha, pero sobre todo veo a Javier María Olórtegui que avanza hacia el secreto de la poesía con una seguridad que asombra.
ANDUVE
hasta gastar los pasos
por la geografía íntima de mi cuerpo
fracasé al no hallarme a mí
ni a nadie
mas he sabido que
una especie de olvido me habita
desde las sienes hasta los pies
(...)
¿Qué recuerdas de las primeras influencias literarias de tu niñez?
En ese sentido debo recordar a mi abuelo. Los libros que él tenía eran en su mayoría libros religiosos, pero de todas maneras su presencia me acercó de alguna forma a la literatura, o a la idea de la literatura. En aquel tiempo también estaba mi madre, quien era profesora de primaria, por lo que también había una influencia, aunque sea indirecta, con el mundo de la literatura.
¿Recuerdas, aunque sea vagamente, el momento en que la literatura nació en ti?
Lo que recuerdo es que, cuando jugaba, me tomaba los juegos muy en serio. Los planificaba bien. Construía detalladamente los escenarios mentales... todo lo que, supongo hablaba de cierta imaginación y la imaginación es la base de todo lo que vino después.
Y también están los momentos, lo momentos que viví quiero decir… en especial los momentos dolorosos.
¿Crees que los momentos dolorosos tienen más influencia que los momentos felices?
Sí, porque los momentos felices de viven, mientras que los momentos dolorosos conducen a la introspección, a encontrarse con uno mismo y es en ese encuentro del que pueden emerger cosas importantes.
¿Quiénes fueron tus influencias literarias?
Podría mencionar a Vallejo, Neruda, Huidobro, José María Arguedas, Borges, el gran Leopoldo María Panero… Pero sobre todo tendría que mencionar a la música, las letras de la música que se hacía en los ochentas y noventas verdaderamente me influyó. Pienso en el rock argentino, por ejemplo, Calamaro, Charlie García y tantos otros…
Javier María Olórtegui estudia Lengua Española y Literatura (donde forma el colectivo cultural Mala Yerba), para luego dedicarse a la docencia. Ha dirigido las revistas literarias Buscando un Camino y Tres al hilo y dos mentales y Azmeunlugar, así como la revista El Cabaret Ambulante.
Su primera compilación poética vio la luz en 2012 con La Morfología del Tiempo (Cascahuesos Editores). Luego publica una serie de ficciones breves; Viaje al fin de la nada (Cascahuesos, 2014), Cuando el pasado nos alcance (Rupestre, 2017), La tierra que nos toca (Horfandía, 2019), configurándose así un largo hiato poético de diez años que termina en 2022 con la publicación de El camino está siempre más lejos (Horfandía, 2022).
Escupidme encima cuando paséis
por delante del lugar donde yo repose
enviándome un húmedo mensaje
de vida y de furia necesaria.
LOIS PEREIRO
NACÍ EL DÍA de la muerte de Cristo
la noche del diecinueve a mitad del equinoccio
mi padre fue solo un viento fugaz y frío
solo mi madre las noches largas
el hambre y el dolor
los caminos las montañas y el mar
sostuvieron mi existencia en el azar
—tarde lo llegué a saber—
mi primera infancia transcurrió escondido
entre la rueda y el pedal de una máquina de coser
le debo a ella
el coraje corto y la biografía torpe
—flores secas de mi tristeza
retama en su aroma
que en el duro oficio de las lágrimas
me enseñaron a desorientar
injustamente la mirada—
mi segunda infancia fue en la incertidumbre
bajo el sello y el aliento de la muerte
volví a nacer
cohabité con ese oscuro animal
atando desatando quemando matando
y la poesía fue solo el olvido
un perro que muerde
lame la sangre
olvida la memoria
—ausencia a la nada—
desde los veintiséis intento los artificios
artilugios de la palabra
fracasé
más he sabido del silencio y el cansancio
de la separación del desgarro
con veintiocho encima
la locura me agolpó cuando pudo
las cárceles y los encierros
extinguieron así mi llama
no hubo más refugio que el pavimento
compañera fue mi sombra
sepulcral guarida
regada de la más infame derrota
amé
sentí la esencia efímera de la ilusión
me puso alguna arruga la tristeza
sufrí
hay quienes afirman que soy escritor
de una inmensa llamarada
en una ciudad de ceniza
no me fío
las injurias tienen mayor ventaja
sobre los argumentos
he mentido
en los días y en las noches de los adioses
he bebido he defraudado
hice trampa he perdido
me he perdido me han perdido
desde los treinta y algo
sostengo que ya hace mucho estoy muerto
los sueños son prueba de ese desvarío
sin embargo
hay quienes están muertos sin saberlo
de nostalgias repetidas de errantes ansías
de mesas vacías de plazas vespertinas
de cementerios de camas separadas
de causas perdidas
casi a los cuarenta
me crecieron alas
me marché
fui etéreo frágil
raíz escondida tierra musgo
ave en el aire vuelo ligero
ahora
a centenares de kilómetros de mí mismo
me embisten los latidos de los páramos
de los fuegos oceánicos de los acantilados
me afirmo más arcano más eterno
entrado en años
caminando entre los árboles
las piedras las ventanas
esperando simplemente
a que algún día mis muertos me perdonen
la cobardía
de no haber aprendido a diferenciar
entre vivir como debía o como yo más quería
ANDUVE
hasta gastar los pasos
por la geografía íntima de mi cuerpo
fracasé al no hallarme a mí
ni a nadie
mas he sabido que
una especie de olvido me habita
desde las sienes hasta los pies
confluye con mi furia y mi tristeza
me precipita
como se precipitan los vientos
en los abismos de la noche
no importa
estoy proscrito de mis huesos
mi lengua mi palabra
y solo me juego la vida
con esta inocencia de saber
que ya no soy más un inocente
DECLARO mis bienes
no en gran cantidad
sino los pocos
podría decir escogidos
pero no
son solo los que me quedan
un sofá que envejece
una cama solitaria sobre el suelo
—un cobijo triste puede matar
más rápido que una bala—
un cobertor
—vecina ebria de mi desesperación—
declaro
aquel fruto amargo en mi garganta
el agua de mi tristeza mi ceniza el viento
y cuando me marche
que recoja cada quien lo que precise
que extienda su mano y me recorra
a toda entraña y con vehemencia
MIS OJOS alejarán la mirada
desafinarán con la distancia
el viento siempre regresa
—me dicen—
vaya uno a saber
la estancia olvidará mi ausencia
abrirá sus puertas a lo extraño
sin memoria
los patios trazarán otras formas
borrarán los pasos
olvidarán los perfumes de las flores
se alzará mi lenguaje
cargará con todos los colores
apartará la ropa sobre la cama
quedará rendido el café
volcado sobre la mesa
los zapatos que siempre
tienen ganas de quedarse
las hojas enrolladas de tabaco
aguardarán el fuego
las horas los días
se fulminarán en la noche
arrastrados
girando
buscarán otras raíces
la semilla de su saliva
engendrará otra carne
otros huesos
quedará la sombra
desparramada
olvidada del cuerpo
se asomará a veces
desde el suelo
desafiante
la boca calcinada
con un grito
humedeciéndose en la garganta
preguntándose
quién sabe dónde
estará el viento que no vuelve
20 de septiembre de 2022
Por Luis Esteban
Alicia Henriquez, nacida y criada en Curacautín, de profesión matrona y radicada actualmente en Quellón, en la isla de Chiloé es la protagonista de esta historia quien, con un carisma que se percibe a primera vista, nos recibe en el hogar de su familia.
De familia cristiana, bien unida y en la que todos sus integrantes están dotados de alguna cualidad o “gracia”, como decimos en Chile, nuestra entrevistada es la del medio entre tres hermanos. Proviene de un entorno de mucho esfuerzo, lo que se refleja en su madre Eva Labrín, quien día a día atiende el local familiar en pleno centro de la comuna y que, orgullosa, destaca la pasión de su hija.
Alicia comenzó a explorar la pintura a los 10 años, ya por entonces sentía que los colores y lo que podía hacer con ellos tenían algo especial y cercano.
Gracias al apoyo de un vecino, comenzó a trabajar algunas técnicas para mejorar su pasión, la que se mantuvo a lo largo de lo años a pesar de que lo normal en países como el nuestro es que el arte no pase a ser más que una anécdota pasajera, en parte por el costo de los materiales, pero sobre todo por la poca valoración que se tiene por la pintura, la música y todo tipo de artes visuales.
Desde enero de 2022 Alcia Henríquez reside en Quellón, ¿Cuál fue el motivo del cambio? Alicia nos comenta que luego de haber estudiado en Temuco, el amor la llevó a disfrutar de la gente amable, cálida y amorosa de Quellón; pueblo pequeño, pero maravillosamente grande dado la amplitud y maravilla de los escenarios que lo rodean.
Actualmente, felizmente casada, Alicia desarrolla sus dos pasiones en aquella tierra de esforzadas familias que, tanto en verano como invierno, se adentran a la mar.
¿Qué se extraña de su Curacautín natal?, siempre es la familia y los amigos, pero gracias a la comunicación telefónica o videollamadas, estamos en contacto y ocasionalmente solemos hacer algún viaje para recargar energías con la familia.
Con respecto a su pasión artística, Alicia nos comenta que no tiene un estilo particular, simplemente se deja llevar por el momento o escoge retratar alguna imagen significativa. Algunas de sus pinturas, sin embargo, sí tienen un estilo: el llamado arte naíf, palabra que en francés significa “ingenuo” y que hace referencia a las expresiones artísticas caracterizadas por la espontaneidad, así como por el hecho de que quien las ejecuta no cuenta con una formación formal en el mundo del arte.
Alicia junto a una de sus obras
Alicia se crió en un contexto en el que la religión era importante, a pesar de ello, nos cuenta que eso no se ve directamente reflejado en su arte, aunque rescata que, en ciertos momentos, esa tradición facilita ciertos tipos de inspiración o significado en sus cuadros. Dios está ahí, nos dice.
Alicia enfatiza que ama lo que hace en términos profesionales, le gusta trabajar con personas y disfrutar de la vida en familia. Pero no se cierra a otras posibilidades, como la de hacer clases de pintura, quizás después de haber abordado y mejorado su propia técnica y adquirir estudios sobre esta bella arte, afirma.
En el contexto local, podemos decir que Curacautín no solo es tierra de oportunidades del sector turístico y atractivos naturales, también es tierra de talentos, algunos de estos comprenden la música, el teatro, la danza, el canto, la literatura y el deporte.
En cada familia seguramente hay un pequeño talento sin descubrir o que, en silencio, se inspira y plasma su pasión entre cuatro paredes. En el Chile de hoy, es tiempo de abrir las puertas a estos jóvenes, quienes tienen mucho que entregar a las comunidades de las que son parte.
Tal vez pueda estar entre nosotros el próximo gran artista, o la voz que impresione al mundo. Para eso solo falta un impulso que, sumado al apoyo familiar y el de las instituciones públicas y privadas vinculadas con la cultura, nos asegurará una nueva generación de artistas, piezas indispensables en toda sociedad.
Por nuestra parte, seguiremos buscando y difundiendo trabajos como el de Alicia, estando seguros de que la visibilización es una pieza fundamental en relación con el objetivo del que hablamos.
Por Felipe Foncea
Hay poetas que hablan desde dentro y sus palabras serían las mismas emergiendo desde un palacio, un laberinto o una trinchera. Hay poetas que hablan desde afuera y sus palabras son cantos a los elementos, sonidos que se confunden con los pájaros. En Cristian Lagos (Lonquimay, 1975) convergen ambas especies.
Los libros que de él han llegado hasta mis manos son dos: Otra Orilla Otro Invierno (2012) y Michay (2020). Se trata de poemarios de pequeño formato en el que los versos caen libremente hasta el fondo de las páginas y donde la blancura del silencio es protagonista. A ratos, apenas tres o cuatro palabras nos salvan de la ceguera.
Sus poemas, ágiles y breves prosas casi desprovistas de comas, son ideas de mayor o menor simpleza en las que caben pequeños cosmos, universos personales en los que abunda la lluvia, el frío y el verdor de los bosques. Más de un buey o un pájaro cobran protagonismo entre estados de ánimo en los que cierta nostalgia esconde la extrañeza de ser quien es: un poeta en un mundo que prescinde de poetas.
Es en Michay donde se puede percibir de forma más pura su conexión natural con el sur chileno. En Otra Orilla Otro Invierno intenta un escape hacia el norte (y también hacia otras zonas de sí mismo), pero en ese intento da cuenta de una imposibilidad; la de separarse por completo de las sensaciones de la que los elementos lo alimentan.
En ocasiones da la impresión de que Cristian hubiese preferido otro destino; el de quien trabaja la tierra, el de las manos partidas y los pesares de este mundo. Pero ante el destino no podemos apelar y Cristian Lagos nació poeta, un poeta que recorre los infinitos rincones del sur de Chile con un espejo a cuestas. El espejo refleja los ríos y los montes, pero son sus brazos los que cargan su peso.
"Bien podría estar arando los campos de Curacautín o Lautaro, reuniendo piedras a la
orilla del camino o abriendo la ventana a las flores del cerezo (…)"
Lo pude confirmar cuando me topé con él hace algunos meses en Curacautín. Un hombre de pocas palabras, reconcentrado, de timidez aparente. Un hombre cuyas frases toman, sin trabajo alguno, la forma de un poema. La voz profunda. La mirada fija en cosas que no podemos ver. Un poeta-poeta como decía Roberto Bolaño para referirse a su amigo Mario Santiago, y como él lo imagino deambular por calles que le son ajenas, intentando comprender el porqué de las cosas y la gente.
¿Parecido a qué? Sobre todo a sí mismo, pero también a los viejos poetas chilenos del siglo XX (los mejores de nuestra lengua, a mi juicio), quizás porque ellos también debieron vérselas con los elementos y la extrañeza, y siguieron adelante, hundiéndose en versos e imágenes sin temor a dar con algo sin cara, sin miedo a los callejones sin salida. Y veo la libertad de Rosamel del Valle y los íntimos escenarios de Jorge Teillier, lo eminentemente terrenal de Enrique Lihn y las mil imágenes de Pablo de Rokha. Incluso a Nicanor lo encuentro en algún rincón, en la profunda brevedad, la directa simpleza de las palabras de este mundo.
"Moriré de pie como todo árbol que da sillas y ataúdes
y no de pájaros oscuros moriré ni de aquel aire que pastorea la colina".
Actualmente Cristian se encuentra preparando talleres que pronto impartirá la ciudad de Curarrehue, en la provincia de Cautín, así como presentaciones que pronto lo traerán de vuelta a su tierra a los pies de las montañas.
Para quien deseen tener acceso a su obra basta con que buscar el nombre del autor en la red para dar con noticias y algunos poemas, así como reseñas y entrevistas.
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(Aunque no te importe) vivo en la calle Independencia
Girasoles separan las noches de los días
Aserraderos reciben telegramas de una nube
Aire
es la mano que mueve la ceniza
en los fogones apagados
De: Otra Orilla Otro Invierno
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Como animal desahuciado que oye ventolera sobre el árbol del recuerdo
me precipito me acurruco suelto ojotas al paño de
la nieve duermo sin saber que también muero
mi madre teje una bufanda para aquellos viajas hacia la soledad de la nieve
en las cumbres donde no hay fronteras
De: Michay
Nacido en Lonquimay en 1975, en 1999 funda el taller Huitral Mapu en Curacautín y en 2000 gana el concurso nacional de poesía Lautaro a su hijo Jorge Teillier. Ha publicado El País de los Espejos Quebrados (2000), En el Puerto de Agua Fría (2005), Huesos Transhumados (2006), Otra Orilla Otro Invierno (2012) y Michay (2020).
Por Revista Las Raíces
La nieve ya cubría los cerros que rodean Malalcahuello el día en que Daniela nos recibió en Pulmawe, restaurante ubicado a la orilla de la carretera que une Curacautín con Lonquimay y que dirige hace algunos años acompañada de su familia. Al entrar al restaurante se puede ver una pared dedicada a sus obras. Se trata de cuadros con una clara ligazón al entorno natural que enmarca el lugar donde estamos. Araucarias, bosques, volcanes son los protagonistas de las pinturas de Daniela, incluso los más abstractos evocan a los elementos que dan forma a esta zona del mundo; agua, viento y hielo.
“Nunca pensé en ser pintora” confiesa Daniela, a pesar de su obra en constante crecimiento. “Es verdad que cuando niña pintaba bien, era algo que me gustaba y recibía algunos halagos de mis familiares, pero eso nunca me llevó a pensar en que podía desarrollarme en este oficio”.
Lo que le ocurrió a Daniela es algo muy común, pues los niños y jóvenes tienden a ver el arte y la posibilidad de dedicarse a él como algo lejano y ajeno, algo que hacen otros probablemente muy distintos a ellos, en definitiva, una opción que ni siquiera alcanza a entrar en el ámbito de los sueños. La responsabilidad del sistema educativo en ese hecho es innegable, la ausencia de mensajes que amplíen las posibilidades de desarrollo futuro más allá de las carreras u oficios tradicionales dificultan, retrasan o impiden no solo la emergencia de talentos, sino que también la formación integral de los alumnos de nuestro país.
Pero a pesar de eso, en ocasiones, el talento se las arregla para surgir. Fue el caso de nuestra entrevistada quien, con más de veinte años, comenzó sus primeros intentos por pintar con cierta sistematicidad. “Fue para un regalo a mi mamá” recuerda Daniela, “quise darle algo especial y por primera vez invertí tanto tiempo en una obra”. También estuvo presente el estímulo de su pareja al que se fueron sumando nuevas voces que, sumado al escenario que adoptó como su hogar, terminaron por apuntalar su incipiente carrera artística.
Y es que su llegada a Malalcahuello hace cerca de tres años no puede separarse de sus pinturas. “Pinto los lugares que me gusta visitar, pero sobre todo pinto los lugares que me interesa sean protegidos, sin los cuales mi vida perdería sentido”, nos dice Daniela en cuya voz es difícil reconocer a la ingeniera de profesión que debe dedicar parte importante de su tiempo en administrar su emprendimiento.
Su uso del óleo podría considerarse realista, con ejemplos notables como el zorro cuyo pelaje tantas horas demandaron, pero en esa búsqueda del realismo Daniela da espacio para una expresión más personal donde evoca emociones que van más allá de la simple reproducción de la realidad. Esa búsqueda se puede ver en sus bosques donde las sombras y colores abren el espacio para la introspección. En esta misma línea, Daniela también nos presenta algunas obras abstractas donde los colores y su movimiento hacen sutiles alusiones a ríos y nieve, a su fuerza y sus colores, pero también al silencio y el recogimiento que de su visión surgen.
Arte Ngena es el nombre que ha escogido Daniela Muñoz para el espacio virtual donde muestra su trabajo. Ngena hace alusión a los Ngen, espíritus mapuche que representan y protegen la naturaleza, manteniendo el equilibrio entre ella y sus habitantes, otro ejemplo de su inseparable relación con el paisaje que ha hecho suyo.
Puedes visitarla en: https://www.instagram.com/arte.ngena/
“Pinto los lugares que me gusta visitar, pero sobre todo pinto los lugares que me interesa sean protegidos, sin los cuales mi vida perdería sentido”
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