Por Revista Las Raíces
Fundación Mi Casa fue creada por el padre Alfredo Ruiz-Tagle Jiménez el año 1947, dando inicio a su labor con solo 11 niños en Santiago. Hoy tiene bajo su su protección a aproximadamente 6 mil niños a nivel nacional.
El año 1965, el Padre Alberto Ruiz-Tagle junto al Padre René Inostroza y Santi y con el apoyo de Eduardo Frei Montalba, lograron que se aprobara la primera ley a favor de la infancia en Chile.
Para el año 1967, Fundación Mi Casa es reconocida como organismo colaborador del SENAME, llegando a ser una de las fundaciones más grandes del país.
Sobre el Padre Ruiz-Tagle
El Padre Ruiz-Tagle nació el 13 de septiembre de 1911. Su educación primaria y secundaria la realizó en el Instituto de Humanidades Luis Campino, posteriormente estudió Filosofía en la Universidad Católica y Teología en el Seminario Pontificio Mayor de Santiago, ordenándose como sacerdote el 21 de diciembre de 1935.
Fue autor de varias publicaciones, entre ellas el libro “Arauco La Bronca”, donde habla sobre los menores en situación irregular. En este texto el Padre afirma que “para educar es preciso amar, creo que nosotros hemos sido capaces de dar y recibir amor, mujeres y hombres que sepan dar, recibirán también cariño y amor”.
El 11 de julio del 2004 fallece a la edad de 93 años. Sus restos descansan en el Cementerio General de Santiago, en el mausoleo de la familia Frei Ruiz-Tagle.
Mi Casa N°2 Temuco
Mi Casa N°2 Temuco, recibió con afecto a cerca de 400 niños, muchos de ellos vulnerados en sus derechos, algunos quienes eran separados de sus grupos familiares por temas de violencia intrafamiliar, consumo de sustancias, o simplemente, escasez de recursos.
Para JPB, a quien llamaremos así por respeto a su identidad, la historia de su vida se vio marcada por su paso a través de los pasillos de una institución poco reconocida por la sociedad.
Todo empezó cuando era muy pequeño, pero recuerdo el hospital de Lautaro, luego pasé el hogar mixto “La Aurora”, lugar en el que estuve de los 8 meses hasta los 6 años. Depsués, junto a Felipe Moller (el loco Moller), Alejandro Troncoso (el jeta), Gabriel (el gato), Abelino y otro Gabriel (los pescaditos), llegamos a Fundación Mi Casa N°2 Temuco.
¿Qué es para ti Fundación Mi Casa?
Fundación Mi Casa N°2 Temuco, era el nombre de mi casa.
El adjetivo más usado para describir vivencias al interior de este tipo de residencias es agridulce, pero, si tengo que ser sincero, mis recuerdos se inclinan claramente hacia la dulzura. Claro, la parte agria es evidente; la situación que te llevó ahí para empezar, pero esa parte no alcanzó a afectar mis recuerdos, quizás es por mi forma de ser, no lo sé, pero lo digo con sinceridad.
Nunca nos faltó el alimento, la ropa, el abrigo, los cuadernos y sobre todo el amor o la imagen de una familia.
En la sede de Temuco vivían y compartían el pan de cada día cerca de 400 niños de todas las edades, divididos según grupo etareo. Había una terminología que facilitaba saber dónde estaba qué menor; estaba la casa de las “guaguas o infantes”, luego los “peques o chicos”, “adolescentes o medianos” y la “casa de los grandes”.
Recuerdo que cada uno tenía su casillero en el que podíamos tener nuestras pertenencias como ropa, calzado y otras cosas personales. Cada prenda tenía un número, el cual identificaba a la persona, de esta manera era posible saber a quién correspondía. En mi caso, tuve dos números, el 60 y 189.
Entre los recuerdos, brotan constantemente nombres como la tía Jaqueline. Ella fue como mi madre, su esposo era el Tio Jorge, también estaba el Tio Luis Castillo, a quien debo todas mis habilidades creativas, intelectuales, deportivas y también la responsabilidad. El Tio Sergio, quien siempre nos incentivaba a realizar deportes, dibujar y pintar. La mamita Norma, ella, además de preparar una rica comida, hacía catequesis. Y también habría que sumar a muchas otras personas quienes no solo trabajaban ahí, sino que estaban atentos a nuestras carencias en todo momento.
¿Qué recuerdos tienes de aquella época? ¿alguna situación particular que nos puedas contar?
De las muchas cosas que recuerdo, resaltan en mi memoria las comidas y sus horarios, cosas tan cotidianas, pero de gran importancia. Nunca faltó el pan, nunca la comida estaba fría y, si quería más, siempre había un segundo plato.
Todos los lunes había leche con avena o harina tostada, en la semana podría variar entre frutilla o chocolate, en los almuerzos podíamos disfrutar de una cazuela, lentejas, porotos o charquicán, también cochayuyo, puré y los que se pudieran imaginar. Pero lo que todos esperábamos, eran los sábados, porque ese día nos esperaba un rico y abundante plato de arroz o puré con pollo. En la tarde, nadie quería la sopa de pollo.
¿Cómo era la rutina de hogar?
La jornada comenzaba a las 7.30 am, uno se levantaba y sentía la luz y el sonido de los tubos fluorescentes, por alguna razón ponían música o la radio local. Luego había que bañarse, ponerse el uniforme (los que iban a la escuela), el resto usaba buzo.
Después venía el desayuno y también había que hacer aseo y luego prepararse para la escuela. Recuerdo que daban a elegir la tarea del hogar para la mañana: limpiar vidrios, los pisos, hacer el comedor, barrer los pasillos o regar y recoger la basura. Siempre preferí barrer los pasillos. Había quienes lograron darse cuenta que uno era más corto y era más rápido barrerlo, luego de eso podíamos destinar el resto de la mañana a la tarea o actividad que quisiéramos.
En mi caso, me gustaba ir a trabajar con el Tío Castillo (así le decíamos), con él aprendí a destapar tuberías, a soldar, a reparar literas, pintar, etc. Además de eso, solía participar de un grupo literario del hogar, el cual estaba compuesto por niños y jóvenes de todas las edades, me interesé y comencé a escribir mis primeros versos a los 10 años. “Qué cosa”, “Mi Gato”, “Mi Casa”, “Un disfraz de Poeta” esos eran los nombres. Todos pequeños fragmentos de vivencias y anhelos, lo curioso es que nunca tuvimos gato. Lo que sí tuvimos fue un perro, más bien dos. Un día llegó una perra embarazada, a la cual nombramos “Laica”. De los cachorros, logramos quedarnos con uno, al que le pusimos “Fiel”, Fiel le hizo honor a su nombre hasta el día en que se murió de viejo.
En la residencia de menores, podíamos practicar cualquier deporte, había tres canchas, una pequeña de tierra (los pinos, como le llamábamos), la grande y la de basquetbol. Junto a esta última, había un gruta y la Virgen. Siempre que estaba cerca, veía cómo la gente pasaba a persignarse y a dejar flores y velas. Y, si tenías suerte, te daban algún “rico” como les decíamos a los dulces que de vez en cuando nos regalaban.
La Voluntad de Ser Felices
De las maravillosas cosas que se vivían, los que pasaron por este lugar recordarán que todos, pero todos los veranos salíamos de vacaciones a Coñaripe. La gente del lugar ya estaba acostumbrada a semejante cantidad de niños. Para lo locales no era una novedad y para los turistas era motivo de asombro. Una de las actividades del campamento, eran competencias que se hacían todos los sábados.
En el campamento, así como en la ciudad, nos agrupaban según edad, los de la misma edad ocupaban las mismas cabañas. Las cabañas tenían nombres creativos ordenados de menor a mayor; Los Pitufos, Carambacoas, Barrabases, Halcones, Piratas, Corsarios, Vikingos y cosas así. En sus inicios, era muy crudo, ya que los más grandes dormían en carpas, pero con el tiempo se construyeron cabañas.
Cada cabaña tenía su propio himno, el que debía ser entonado cada sábado, cuando se pasaba revista y se hacían ejercicios. También se hacía revisión de aseo, orden de las camas, casilleros, pero lo que más puntos generaba, era el jardín.
El jardín era un pequeño espacio de uno 2x2 metros. Este debía adornarse con lo que quisiéramos, recreando un paisaje o con cualquier otro motivo, sobre el tema elegido debíamos explicar su valor y significado.
Durante mi paso por cada grupo, siempre estuve a la cabeza o destacaba en las actividades, logrando gran afecto por algunos y un gran odio por otros. Recuerdo que cada año ganaba la honrosa designación de“jefe de cabaña”, no hubo verano en que perdiera, aunque el premio no era para mí, sino para el grupo.
En cuanto al premio, consistía en una sandía, golosinas y fichas para los flipper, entre otras cosas.
También estaban los gritos, mi favorito, era el de los halcones, porque era creativo y cada año buscábamos la manera de darle mayor impacto o sorpresa. “¡radio, enchufe, parlante; halcones siempre adelante!”. Sin duda, bellos momentos.
En la tarde-noche se hacia una fogata, había cantos, guitarreos y cosas de ese tipo.
Otra de las tantas actividades fue una mini olimpiada local, la que consistía de una corrida nocturna desde el Puente Seco en la ruta Coñaripe - Licanray, hasta el campamento. Todos alegres, todos a la espera de la antorcha que encendía una enorme fogata. De día, la competencia más importante era la natación en La Puntilla o La Isla.
La Navidad y los Cumpleaños
Para navidad, uno o dos meses antes, nos preguntaban qué regalo queríamos. Era pura felicidad. Hay quienes pedían zapatillas, camisas, juguetes, pelotas, un tetris, paletas de ping pong, libros, pinturas, un yoyo,...
Los cumpleaños se celebraban por mes. Una de las cosas de las que siempre me rio es que, por casi cinco años, mi cumpleaños fue el 6 de marzo, nunca nadie se tomó el tiempo de verificarlo, quizás solo dije ese número porque la tía Jacqueline estaba de cumpleaños el mismo día, o creo que era el 3. Luego alguien se dio cuenta que en realidad mi cumpleaños era en agosto.
Pasados los 12 años, cada niño debía cambiar de casa, algo que casi nadie quería, ya que los rumores decían que, en las nuevas casas les pegaban a los recién llegados y pasaban a ser esclavos de los más antiguos (cosa que era cierto, pero nada que no se pudiera soportar).
Por mi parte, siempre tuve el aprecio y deferencia de los tíos y tías del hogar, destacando en muchas actividades, siendo un referente y el representante cuando se trataba de alguna actividad institucional. Cosas que no le hacía gracia a todos. “el favorito”, “el sabe todo”, me decían, cosas de niños.
El Final
Un viernes, 10 años después de llegar y cuando ya tenía 16, el Tio Victor (el conductor), se acercó a mí y me dijo, mañana te vas a tu casa. ¿mi casa dije? pensando en que ya estaba en mi casa. Si, tu casa, dijo.
Luego de eso, todo cambio. No estaba listo para marcharme del único lugar en el que me sentía feliz.
Lamentablemente durante la administración de la Sra. Delia Del Gatto, los cientos de establecimientos fueron subastados para la construcción de condominios, complejos habitacionales, etc,. despojando sin miramientos a cientos de niños y jóvenes quienes, como yo aquel día, no estaban preparados para irse a otro lugar, lo que también afectó a sus familias, vulnerables, cómplices y víctimas de un sistema que no comprendía las necesidades y problemáticas sociales de la época.
Como era de esperar, lo mismo ocurrió con el Hogar Temuco Nº 2, en Pedro de Valdivia 400. Fue subastado y adjudicado por la suma de: $460.000.000, dinero del que no sé el destino, solo sé que no fue en beneficio de los niños.
Sin duda alguna, una infancia inolvidable, no sé si mejor o peor que la de otros niños, pero fue mi infancia y la recuerdo con cariño.
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