Roberto Bolaño
Por Ted Chiang
(Traducido por Felipe Foncea)
A estas alturas probablemente hayan visto un Predictor; millones de ellos habrán sido vendidos para el momento en que lean esto. Para aquellos que no los han visto, se trata de un pequeño dispositivo, similar al control que abre la puerta de tu auto. Lo único que se puede ver en él es un botón y una gran luz LED. La luz se enciende si presionas el botón, más precisamente, la luz se enciende un segundo antes de que presiones el botón.
La mayoría de las personas dicen que la primera vez que lo probaron sintieron que se trataba de un extraño juego, uno en el que el objetivo era presionar el botón después de que la luz se encendiera, un juego muy fácil, pero si intentas romper sus reglas, pronto te das cuenta de que no es posible hacerlo.
Si tratas de presionar el botón sin haber visto la luz, la luz aparecerá inmediatamente, y no importa cuán rápido te muevas, nunca presionarás el botón hasta que un segundo haya pasado. Si esperas por la luz con la intención de no presionar el botón luego de verla, la luz nunca aparecerá. No importa lo que hagas, la luz siempre precede al acto de presionar el botón. No hay manera de engañar al Predictor.
El corazón de cada Predictor es un circuito dilatador de tiempo negativo que envía una señal hacia el pasado. Las implicancias de esta tecnología se hicieron evidentes más adelante, cuando se lograron dilatadores de tiempo mayores a un segundo, pero no es sobre eso de lo que se trata esta advertencia. El problema inmediato es que el Predictor demuestra que no hay tal cosa como el libre albedrío.
Siempre ha habido argumentos que demuestran que el libre albedrío es una ilusión, algunos basados en física dura, otros basados en lógica pura. La mayor parte de la gente concuerda en que estos argumentos son irrefutables, pero nadie acepta verdaderamente lo que eso significa. La experiencia de tener libre albedrío es demasiado poderosa para que un argumento la invalide. Lo que se necesita para ello es una demostración, y eso es lo que el Predictor provee.
Típicamente, una persona juega con un Predictor compulsivamente por varios días, se los muestra a sus amigos, intenta elaborar varias estrategias para engañar al aparato. Entonces puede parecer que la persona pierde interés en él, pero nadie puede olvidar lo que realmente significa; en las semanas que siguen, las implicaciones de un futuro inmutable se hunden en la mente del usuario. Algunos, dándose cuenta de que sus elecciones no importan, se rehusan a tomar cualquier otra decisión. Como una legión de escribanos Barthleby (1), ya no realizan acciones espontáneas. Eventualmente, un tercio de aquellos que juegan con el Predictor deben ser hospitalizados porque dejan de comer. El estado final es mutismo acinético, una especie de coma sin haber perdido la conciencia. Ellos siguen los movimientos con sus ojos y ocasionalmente cambian de posición, pero nada más. La habilidad de moverse permanece, pero la motivación desaparece.
Antes de que la gente comenzara a jugar con los Predictores, el mutismo acinético era muy poco común, una consecuencia del daño de la región cingulada anterior en el cerebro. Ahora esta condición se esparce como una plaga cognitiva.
Es común que las personas especulen acerca de un pensamiento que destruya a quien lo piensa, algo relacionado con un inefable horror Lovecraftiano (2) o con una sentencia de Gödel (3) que arrase con el sistema lógico humano, pero resultó que el pensamiento inhabilitante era uno que ya conocíamos: la idea de que el libre albedrío no existe, un pensamiento que no es peligroso hasta que realmente lo crees.
Los doctores intentan discutir con los pacientes mientras aún responden. Todos llevábamos vidas felices y activas, razonan los doctores, y en ese entonces tampoco teníamos libre albedrío, ¿por qué las cosas deberían cambiar?
“Ninguna acción ejecutada el mes pasado fue más libre que la que podrías ejecutar hoy,” un doctor podría haber dicho, “todavía puedes comportarte de la forma en la que entonces te comportabas”. Los pacientes invariablemente responden: Pero ahora yo lo sé. Algunos nunca más vuelven a hablar.
Hay quienes argumentan que el hecho de que el Predictor tenga estos efectos en la conducta significa que sí tenemos libre albedrío. Un autómata no puede desalentarse, solamente una entidad pensante puede hacerlo. El hecho de que algunos individuos caigan en mutismo acinético mientras otros no lo hacen realza la importancia del proceso de toma decisiones.
Desafortunadamente, tal razonamiento es falaz; toda forma de pensamiento es compatible con el determinismo. Un sistema dinámico puede caer a una base de atracción y terminar en un punto fijo, mientras que otros exhiben conductas caóticas de forma indefinida, pero ambos son completamente deterministas.
Estoy transmitiendo esta advertencia desde un poco más de un año en tu futuro; se trata del primer mensaje de larga duración recibido luego de que comenzaran a usarse dispositivos de comunicación que incorporan circuitos de dilatadores negativos en el rango de megasegundos. Le seguirán otros mensajes que aborden otros problemas. Mi mensaje para ti es este: pretende que tienes libre albedrío. Es esencial que te comportes como si tus decisiones importaran, incluso si sabes que no es verdad. La realidad no es importante, lo que importa es lo que creas y creer en esta mentira es la única manera de evitar un coma consciente. La civilización ahora depende del auto engaño, quizás siempre lo ha hecho.
Y aun así, sé que, debido a que el libre albedrío es una ilusión, ya está predeterminado quién caerá en mutismo acinético y quién no lo hará. No hay nada que hacer al respecto; no puedes elegir el efecto que el Predictor tendrá sobre ti. Algunos de ustedes sucumbirán y algunos no lo harán, y este mensaje no alterará la proporción en que eso ocurra. Entonces, ¿por qué lo hago?
Porque no tuve alternativa.
Notas:
(1) Se refiere al cuento de Hernan Melville "Barthleby el escribiente" que cuenta la historia de un hombre que pierde el interés por realizar las tareas más simples, contestando a toda petición con un "preferiría no hacerlo".
(2) Referente a H. P. Lovecraft, escritor estadounidense famoso por sus relatos en los que se mezcla el horror y la ciencia ficción.
(3) Se refiere a los teoremas de incomplitud de Kurt Gödel. La sentencia en la que se basa el primer teorema no es demostrable pero es cierta, pues afirma precisamente su propia indemostrabilidad. Suele jugarse con la idea de que entramados lógicos como este pueden hacer fallar a un mecanismo de razonamiento.
3 de abril de 2023
Por Felipe Foncea
Fue en un recital de poesía organizado por el Movimiento Cultural Ergo que me topé con ella. Lo que se espera en ese tipo de instancias es simplemente compartir un espacio en el que los amantes de las letras se reúnen a hacer lo que más les gusta. No hay grandes expectativas y pocos esperan toparse con algo que los deslumbre. No fue el caso.
Al escuchar a Kris Vallejo (Honduras, 1974) mi atención se agudizó de inmediato. No recuerdo exactamente cuál de sus metáforas notables fue la que me hizo abrir los ojos, pero sí perdura en mi memoria la ausencia de frases hechas por compromiso, la profundidad de la exploración poética y la estética sólo como compañera de algo mucho más relevante y perdurable.
Kris Vallejo empezó tarde en el camino lleno de tentaciones de la poesía (la tentación de ser como otros, de agradar, de no decir nada). Fue en un taller literario en que descubrió su talento. Personalmente no suelo hablar bien de ese tipo de talleres, llenos de inocentes que creen que en ellos podrán aprender algo que no es posible enseñar. La experiencia de Kris basta para retractarme.
En su poesía veo historias que se hilvanan de la mano de metáforas de primer orden, de imágenes fruto de una lucha, la lucha de dar forma a lo que no la tiene, de describir con palabras de este mundo lo que no tiene nombre.
Kris califica su poesía como “intimista”, a mí me cuesta pensar en una poesía que valga la pena leer que no provenga desde el pozo sin fondo que somos. Quizás lo que quiere decir es que no se trata de versos que vengan desde afuera, banderas de batallas que no le pertenecen. No hay denuncias externas, no hay ismos a los que adherir. Y es verdad, en sus versos no hay llamados ni consignas, sino caminos y la valentía de quien los recorre, y lo hace sola, acaso acompañada del recuerdo de los grandes que con señas y presagios nos aconsejaron laberintos y rutas.
La video-llamada en que pude conocerla fue suficiente para confirmar que su búsqueda (y el resultado de su búsqueda) no era casual. Kris Vallejo sabe perfectamente lo que hace, su poesía no es instintiva, cada estrofa ha de conversar con la anterior construyendo un edificio que intenta aclarar, develar, describir o moldear ideas complejas y a veces oscuras. El resultado final son textos que hay que leer con detenimiento, no por su dificultad, sino por los rincones que nos ofrecen, recovecos que esconden tesoros a quienes sepan mirar.
Imposible no recordar al gran Gonzalo Rojas quien comenzó su travesía poética mucho más tarde que sus pares, adolescentes prodigios que ya sorprendían al mundo antes de aprehenderlo. Yo tardé más, decía Gonzalo, tardé porque venía de más lejos. Quizás Kris Vallejo también venga de más lejos, de más hondo, de aquel lugar que nos forma y nos transforma y al hacerlo nos enmudece. Kris, sin embargo, se resistió al destino y al silencio, y terminó regalándonos pinceladas de la mejor poesía de nuestro continente.
No nos queda más que esperar que siga haciéndolo.
Kris Vallejo, poeta hondureña.
Yo vine a esta tierra
para tejer pájaros y enterrar a mi padre
Amortajarlo dócilmente
entre las teclas de un piano
y el polvo de nuestras voces
sentarlo con su mejor traje
entre Platón y Ramón Rosa
¡Con qué cuidado acomodé sus pies
para que no le asuste la ingravidez
de su nuevo peso!
Ahora veo abismos por todos lados
encima del armario
debajo de los sillones
dentro de los ojos de los niños
Sobre las quietas aguas del océano
revolotean entre bandadas hambrientas
estos nuevos ojos que tejí con mis manos
Ser parte de ese gesto aparente de justicia domiciliaria
Ver carne rosa explotar en primaveras frías
Configurar las pequeñas uniones humanas
ahí donde hay odio y sensualidad
paisaje velado por los defectos del otro
Ser la mano que grita meciendo el látigo
las uñas y los dientes del cielo enloquecido
Redonda su bóveda para que ruede el cántico rojo
y llueva sobre nosotros
Aunque sea parte de todas las cosas
Seré olvidada
En la trama abierta de la hierba
escucho todos los nombres
y ninguno es el mío
Da igual
todo fruto será amargo
una espada un pensamiento
En el desierto siembro un árbol que dando tumbos se aleja
como el libro que olvidó su idioma
como la noche triunfal en una tormenta
Es una voluntad fallecida disuelta por los escarabajos
Mi destino ya no se lee más en los horizontes
A pesar de todo
Arrastro el hambre del camino que me fue negado
Agua suficiente para sumergirse
(la pista indeleble que aún poblamos con nuestro cuerpo)
Me llaman, si es que me llaman
(tengo muchos nombres,
oblicua y obscena me llaman,
víspera y punzada me llaman)
Vengo de donde vienen todas las cosas
(más probable que una balanza vengo,
entre los sosiegos de un terremoto)
En la tierra angulosa y recogida
(!qué dulce el sabor de los huesos! mi canto, mi sustento)
Soy pies que se aferran ahí donde me llaman
(pedestal esparcido en divisiones atómicas,
me alterno de un pie a otro para no naufragar)
¿Quién me dará sed si estoy saciada?
¿Quién montará pabellones de sal entre las heridas de mi palabra?
Tendré que besar los labios del enemigo
en la misma cama habitada y enternecida del mundo,
allá afuera,
donde nos escondemos al despertar
En la anatomía de las edades
la célula primera florece en mis manos
En cuartos cerrados se celebran rituales
de esos que cambian el curso de los ríos
y matan lenguajes atávicos
Allí juntamos las manos tibias
como rocas al pie del volcán
Los ojos llenos de nubes cansadas
En cuartos cerrados nos abrazamos
a la corteza destrozada de la espera
damos suspiros contra paredes hondas
queriendo beber del mañana
Nada que se tropiece con la luz que se extingue
Nada que estorbe en la caída y el pozo
¿Qué somos si no un pozo?
adentro todas las tormentas
todas las lágrimas
nadie se asoma si no es con sed
Los veranos son largos en nuestra canícula
¿qué pájaros hacen sus nidos en un pozo?
He de cantarte en mi voz más suave
en este cuarto cerrado quiero tomar tu mano
llevarte entre los filones de oro que salen de mi vientre
Sobre Kris Vallejo:
Kris Vallejo es una poeta y artista plástica, nacida en la ciudad de Tegucigalpa, Honduras, el 24 de julio de 1974. Actualmente reside en Tegucigalpa. Es co-fundadora de la Fundación Dona Un Libro Cambia una Mente.
Perteneció al taller de poesía “Alicanto”, dirigido por el poeta Rolando Kattan y en el Taller “Helecho Poético” dirigido por el poeta Samuel Trigueros. En 2019 se editó y publicó: “Tigres sin Memoria” por la Editorial Los Amorosos. En 2020 se editó y publicó la plaquette “Materia de la Noche” por el Festival de los Confines. En 2021 se editó y publicó “Muerte de una Roca” por la editorial La Chifurnia.
Su obra poética ha sido publicada en Honduras por Ediciones Malpaso en la Plaquette “Ciclónicas” y en la Antología de Festival de Los Confines en su décima edición; en la Antología de Poetas Hondureños del Siglo XXI “Los habitantes de la Osa” editado en 2021 por la Fundación chilena Pablo Neruda. En México por las revistas literarias digitales La Otra y Círculo de Poesía; en Chile por la revista Altazor; en España por la revista literaria Palimpsesto No. 6 , No.8 y la revista Sibila No. 63; y en Italia por el poeta Emilio Coco en la “Antologia della poesia honduregna” y en el "Almanacco dei Poeti e della Poesia contemporanea 6" de Raffaelli Editore, entre otras.
No sé si lo que está tras estas historias será propio de este lado del mundo, quizás no, quizás en la lejana China un joven cualquiera pueda hablarnos de su abuelo y de los cuentos con que lo asombraba al caer la luna sobre los arrozales.
Sí, es probable que no tenga que ver con el lugar donde nos tocó nacer, sino con la posibilidad de habernos criado cerca de los padres de nuestros padres, y claro, también con la capacidad de escuchar y recordar.
Una posibilidad del todo cierta hace algunos años, sobre todo en pueblos y pequeñas ciudades. Ahora las cosas son distintas. Lo normal y lamentable es dejar que los abuelos envejezcan y se apaguen en la soledad, lejos del ajetreo de nuestras vidas, tan apuradas por llegar a ninguna parte.
Y son tantas las historias que con ellos se apagan, por lo que quienes las guardamos en algún lugar de nuestra memoria debemos entenderlas como un tesoro, y quienes contamos con las herramientas para llevarla al papel tenemos una responsabilidad que no debemos eludir.
Los Cuentos de Antes (y de siempre)
Por Margarita Ledesma Iza
La selección de cuentos aquí reunidos es el reflejo de un camino iniciático cuyo origen converge con la influencia de mis abuelos Josefa y Manuel, quienes eran unos narradores orales mágicos.
Sentí la necesidad de que sus historias no se perdieran y las fui recreando. En este esfuerzo, he de recordar también la presencia de mi profesor Osvaldo Marnich quien acompañó mi recorrido como lectora y poeta. Aprendiz de escritora.
El don del afecto, de la palabra, de la memoria, del conocimiento, el don del espejo, son algunos de los que muy sabiamente los abuelos llevan consigo y comparten en las historias que cuentan, algunas sacada del inagotable libro de sus vidas.
Hablar de abuelos es hablar de senderos que andan, ríos de historias y palabras que se mueven de un lado a otro, seres se la pasan nombrando a cada rato las cosas de antes y de ahora. Son historias andantes, que a su paso por el mundo, por la ciudad, permiten ser leídos y van dejando en cada lector los dones de la lectura y los cuentos.
Ellos son en suma los cuentos que se van contando y van cautivando a lectores de todas las edades y como cuentos, los abuelos portan poderosos nutrientes que trasmiten a sus lectores, haciendo en ellos el hambre de imaginación y otorgándoles el pasaporte esencial para viajar al país de los sueños.
Margarita Mabel Ledesma Iza nace en Formosa capital, provincia de Argentina.
Ha participado en varios concursos poéticos nacionales e internacionales como así también en varias publicaciones en diarios, revistas nacionales y locales.
"Asumo sentirme protagonista de lo ya hecho y el anhelo de hacer todavía.
Asumo estar habitada por todo lo que vive y trasciende.
Asumo esa estirpe de Mujer que llevo.
La que despierta al don de ser, al don del otro, al don del saber y hasta el don no saber".
El abuelo, cuando joven, trabajó en un obraje.
Cada obrero tenía su sector. Su tierra, para la tala de los árboles. Con hachas derribaban los árboles inmensos del bosque. Varias semanas pasaban allí, internados, con carpas. Cocinaban y dormían.
Una noche de clara luna mi abuelo y su compañero decidieron dormir a la intemperie, sobre las hojas.
En horas próximas a la media noche, mi abuelo oyó repetidos hachazos, muy nítidos. Despertó a su compañero y este oyó lo mismo.
- ¿Qué es eso? -preguntó
- No lo sé.
Luego sintieron la caída de un árbol. Todo el bosque pareció sacudirse.
- Debe ser muy grande
Tras el silencio y la extrañeza de ambos, se durmieron.
En las primeras horas del día salieron en busca de aquello. Llegaron al lugar de donde provino aquel ruido.
- Pero ¿dónde está?
- No pudo tragarlo la tierra.
Se miraron y mi abuelo dijo: “son las cosas que tiene el bosque…” y luego pegó la vuelta.
Publicado en el Suplemento semanal- La voz infantil – Córdoba- Argentina- 1994
El abuelo dijo que no saliéramos de siesta- advirtió uno de los pequeños.
- ¡Bah!, sos un miedoso. Si no querés venir quédate.
Y el grupo se dirigió a la plaza, y él los siguió.
Las niñas jugaban a la rayuela y los niños a la pelota.
Y a él no lo vieron, hasta que una de las niñas dijo:
-Miren, ¡qué lindo es!
Y corrieron hacia él dejando sus juegos.
- Yo lo montaré primero.
- No, yo lo haré
- Y, ¿por qué no nos subimos todos? -sugirió una.
Y mientras lo hacían, el burro parecía aumentar de tamaño.
Con gran asombro lo observaba Francisco, que volvió a recordarles la historia que su abuelo les relató: “es un duende que se convierte en un burro, para atraer a los niños, y que crece cuando se lo monta, para llevarlos muy lejos…”
Al comprender la situación, llamó la atención a los otros.
- Escuchen bajen de este burro de inmediato.
- ¿ por qué lo haremos? -respondieron y agregaron:
- Vení, subíte como nosotros, es mansito.
- No lo haré, porque ese es el duende que nos contó el abuelo.
- ¿Qué? –y bajaron de un solo salto a reunirse con Francisco.
Todos juntos volvieron a la casa, donde el abuelo los esperaba con un regalo.
- Niños, ¿de dónde vienen?
- De la plaza, abuelo- contestaron y agregaron sobresaltados:
- Miren, ¡es el burro otra vez!
El abuelo y el animal se miraron sin entender.
Publicado en Suplemento cultural. “El Diario”. Corrientes capital. Argentina. 1988.
-¿Qué de higos! Les falta poco para que maduren.
Unas semanas y ya estarán listos -decía mi abuelo en voz alta. Mientras iba colocando bolsitas de telas de distintos colores. Telas que le sobraran a mi abuela de sus costuras.
La ataba en los cabos de cada higo. Hacía esto para que los pájaros no los comieran antes de tiempo.
- ¿Qué sabrosos saldrán!
Lo mismo pensaba mi madre, entonces niña, quien en las siestas, revisando cada bolsita comía los higos maduros y prolijamente las armaba nuevamente.
- ¡Listo!, nadie sospechará nada -dijo.
Varias siestas pasaron y la higuera lucia sus bolsitas aparentemente inviolables.
- Es tiempo que los descubra –dijo mi abuelo- y comenzó a desatarlas.
Vació la primera; la segunda también. Ni un solo higo.
- ¿Quién fue capaz de…? -continuó
- ¡Quién haya sido se las verá conmigo! -dijo mientras regresaba hacia la casa con la canasta vacía.
Esperó la hora del almuerzo. Terminado este, pidió a la abuela:
- Trae la fuente de higos que recién “recogí”.
Y mi madre, presurosa, niña aún, preguntó: ¿qué higos? -finalizó con culpa: “si me los comí todos…”
El abuelo ya lo intuía y la miró con ternura.
- Te felicitó hija -expreso él.
- ¿No me vas a castigar? ¿Por qué me felicitàs? -le preguntó asombrada.
- Por tu gran idea. A mí jamás se me hubiera ocurrido…
El abuelo comenzó a reírse y todos lo imitaron.
Publicado en Suplemento semanal - La voz infantil – Córdoba- Argentina- 1994
Don Prudencio era muy querido por los niños de aquel pueblecito.
Lo llamaban “abuelo”.
Juntos jugaban a las escondidas. Era muy hábil para aparecer y desaparecer en segundos. Los pequeños siempre eran sorprendidos.
Se divertían amenamente.
Y comenzaba el conteo: “uno…dos…tres… pica piedra para Julián…”
“Detrás de la roca, pica piedra para Pablo…”
Después fue Antonio, luego Alcides…
Cierta mañana de abril, el viejo pidió a los niños que le trajeran agua del rio. Y hacia allá fueron.
Ya de regreso, uno de ellos vio al abuelo detrás de los árboles.
- Miren, allá está el abuelo…
- ¡Ah!, está jugando con nosotros -dijo uno.
- Esta vez ganaremos -dijo otro. Corrieron. Tomaron un atajo y al llegar a la casa no lo vieron.
Buscaron adentro y lo hallaron en un sillón, como dormido.
- ¿Pero cómo? si hace unos minutos los vimos -dijo uno.
- Abuelo, ¿cómo lo hiciste? -dijo otro.
- ¡Shh!- dijo otro, y agrego:
Él estaba aquí pero también allá, entre los árboles.
Vamos… y sin hacer ruido, shh.
Publicado en Suplemento cultural. “El litoral”. Corrientes capital. Argentina. 1988
Los cuentos nacen cuando el autor los imagina y los lleva al papel, pero vuelven a nacer cuando otros los escuchan, y qué mejor público que los niños, quienes los atesorarán en sus breves memorias y los combinarán con sus sueños y sus juegos y, quién sabe, quizás vuelvan a nacer frente a otros niños, lejanos nietos de un futuro que no veremos, pero del que de alguna seremos parte a través de las palabras.
Fui invitada a compartir la lectura algunos de mis cuentos a los niños que concurren a la Escuela Provincial Nº 225 “Antonia Semorille de Castañeda” de la ciudad de Formosa.
Elegí “el burro” y luego con los niños de tercer grado en la biblioteca dialogar sobre otro cuento “Los higos”, los cuales fueron leídos por ellos con anterioridad.
La lectura se desarrolló en el marco de un proyecto ampliado a los festejos del patrono San Miguel Arcángel del barrio homónimo y conjuntamente con la maratón de lectura que tuvieron los niños esa mañana del 28 de Septiembre del corriente año.
Qué decir de esta experiencia. No es una cualquiera tratándose de volver a la escuela de tu infancia. La mía.
El volver a encontrarme en ese patio, en el izamiento de la bandera al son de la canción: “Aurora”, en la mirada de una gran cantidad de chicos que estaban expectantes. Lo que recuerdo haberles dicho:
“Igual que ustedes asistí a esta escuela y terminé mis estudios primarios aquí. Tuve maestras que me inspiraron a enseñar. Por eso, estudié para enseñar y aprender. Asimismo, tuve unos abuelos que me enseñaron el valor de la lectura, a ser curiosos, a escuchar, a degustar de sus historias y de los libros que fueron llegando por elección y algunos no tanto.” Y hoy agradezco esta invitación y les ofrezco este cuento que fue relatado por mi abuelo Manuel: “El burro”.
Luego, en la biblioteca nos esperaba un ambiente totalmente descontracturado. Unas mantas en el piso y algunos almohadones. Y lo primero que dije: ¡Que lindas parecen alfombras mágicas! Nos sentamos en ellas. Si bien la maestra me ofreció una silla como lugar destacado. Agradecí el gesto pero preferí sentarme a la altura merecedora de los niños. Ya recordaban mi nombre: “Margarita, Margarita, coreaban”. Escuche sus devoluciones del cuento: “Los higos”.
Aylen dijo: “qué pícara tu mamá”. Pero, me gustó la actitud de tu abuelo que no se enojó ni la castigó” Porque, ella al final dijo la verdad”.
Nahuel, por su parte, expresó: “siempre hay que decir la verdad. Aunque reconoció como otros que a veces miente y luego se arrepiente”.
Pilar, insistió en los libros que hay en la biblioteca: “Yo puedo venir a elegir los libros que hay aquí”. A lo que respondí que sí. Haciendo un ademán con la cabeza a su maestra.
Para entonces, en el transcurrir de esa mañana, cada uno de ellos recargó mis convicciones, me dio total certeza: la lectura, los libros, son poderosos y los niños también cuando se le ofrecen estos y otros espacios.
Crean vínculos, despiertan intereses y curiosidades hasta de quienes descreemos menos interesados.
Porque nunca sabremos hasta donde llegan las semillas arrojadas al viento.
Margarita Ledesma Iza
Patio de la Escuela Provincial Nº 225 “Antonia Semorille de Castañeda” donde leo el cuento “El burro” a los niños del turno mañana.
10 de septiembre de 2022
Por Felipe Foncea
Manu Opazo, actor, productor, escritor, bailarín y creador plástico nos presenta en esta edición tres de sus trabajos literarios.
Se trata de cuentos breves en los que se percibe un talento poco común.
Hablamos del talento en la transmisión de ideas e imágenes complejas con eficiencia y fluida precisión. Pero eso no es todo, pues, como nos decía Bolaño, la calidad de la literatura no tiene que ver (solamente) con escribir bien, sino que (fundamentalmente) con comprender que la literatura es un oficio peligroso. Es decir, un oficio que va más allá de la seguridad emanada de las frases hechas, de las técnicas ultra-probadas. Un oficio que ha de conducirnos hacia territorios no explorados y en el que el fracaso avanza permanentemente a nuestro lado.
Los cuentos de Manu, un ser transexual no-binario que sabe muy bien de dolores e introspecciones, emergen desde imágenes no siempre sutiles, no siempre livianas. Su fuerza creativa consiste en transformarlas fielmente -sinceramente- en palabras. Alguien podría pensar que toda literatura consiste en lo mismo; no es así.
La mayor parte de la literatura se construye a partir de ideas mezcladas confusamente con imágenes y lenguaje, la literatura de escritores como Manu es otra cosa, surgiendo, como un efecto residual, de la descripción de algo con plena existencia previa, ese algo es la imagen de la que hablamos, con todas sus formas, con todos sus colores. Con su olor, con su gravedad y su levedad.
A lo anterior se suma una de aquellas habilidades que no se aprenden en ninguna parte; la de conseguir el equilibrio que nos separa de la derrota, del error (que no es lo mismo que el fracaso).
Cuando hablamos a través de la voz de un niño, por ejemplo, debemos abrazar sus modismos y sus inseguridades, pero no debemos ser realmente un niño, y es que hay que contar la fuerza para llevar el relato hacia su final, la sabiduría de decir lo que hay que decir. Pero que no se mal entienda; tampoco debemos ser un adulto con disfraz de niño, pues la desproporción y la imitación saltarían a la vista de inmediato, entonces lo que queda es una delgada línea por la que Manu avanza (o retrocede) con notable maestría.
Pero Manu guarda otra sorpresa: su voz (la que con su permiso les presentamos en enlaces más abajo).
Acompañados (arrastrados) por ella, podemos navegar con mayor soltura por sus textos más complejos, los que requieren de un nivel de atención que llega a transformarse en un desafío pues, en ellos, las imágenes y los juegos del lenguaje pesan más que los hechos.
Entre estas lecturas, cabe mencionar la de los textos con que acompaña la obra de Rodolfo Opazo en el libro Hacia un Interior Desgarrado. Allí Manu se sumerge en el desafío de construir espejos verbales que conversen con colores e imprecisas formas, un ejercicio que, lo sabemos, entra en el ámbito de lo prohibido, pero del que suelen emanar prosas que esconden la verdadera poesía.
Manu fue conocido públicamente por su participación en producciones televisivas que en nada se asemejan a lo que ahora llena sus días. Entre estas actividades cabe mencionar la creación de una editorial independiente llamada PájaroLoko. A través de este proyecto, Manu nos muestra otro de sus talentos; la confección manual de libros a la que se suma la creación de las imágenes con las que se ilustran sus portadas.
Tales imágenes pueden considerarse como un resumen, una condensación de su obra: Creatividad, crudeza, construcciones desprovistas de lo innecesario, historias que se cuentan en un abrir y cerrar de ojos y que contrastan con el silencio como una costra en la más blanca de las pieles.
Manu Opazo (Santiago, 1993)
Es actor, bailarín, escritor y artista plástico. Se ha desempeñado como productor y técnico en obras de teatro como El amor de Fedra, The chosen one, Uz, el Pueblo, La Malamadre, El primer día del pájaro sobre la rama.
Como actor trabajó en el área dramática de Mega entre los años 2016 y 2019 en las teleseries Ambar y Si yo fuera rico. Estudió danza contemporánea en Performact el año 2019-2020 en Portugal, participando en las performances: Chaotic Silence, Sloth, Stepping Stone, Who is right? Estudió, además, perfeccionamiento en estilo y creatividad para la escritura el año 2020-2021, en la Universidad Internacional de Valencia.
En 2022 crea y conforma, en solitario,
la Editorial PájaroLoko, publicando en ella dos ediciones: “DESAGÜE” y “RODOLFO OPAZO, hacia un interior desgarrado”.
Lectura del texto que acompaña la obra "Después del baño", de la publicación: RODOLFO OPAZO, hacia un interior desgarrado.
Lectura del cuento "Lámeme como gata", del libro DESAGÜE por Manu Opazo.
Ya.
El sabor era distinto hoy, pero pensé que era un jugo especial. Ah, es que la Luci me dijo que me había portado bien, entonces quizás podía ser un premio.
Me tomé el primer vaso, rápido, - me lo tragué - sin importar que me ardía un poco en la garganta; es que me habían servido dos vasos, y eso no pasa nunca, entonces el ardor tenía que ser porque nunca me había tocado poder tomarme un vaso entero al seco. Quedé satisfecho, ya no tenía sed. Por primera vez, estando acá, no sentía ganas de tomar nada, y eso que siempre estamos pidiendo agua. Me sentí p riv i-l egia-do; tú me enseñaste esa palabra y me dijiste que no nos pertenecía.
Pero la Luci me dijo que me tomara el otro vaso y yo ya tenía toda llena mi guata. Le dije que iba a ir a hacer pipi y después me lo tomaba. Pensé que me iba a pegar porque para ir al baño hay que pedir permiso, pero me pasó un poco de papel y abrió la puerta. Andaba como suelta la Luci, no como los otros días.
Cuando levantó su brazo, hizo viento, y salió un olor a cloro con lentejas que me irritó los ojos.
La manilla quedó pegajosa.
El espejo estaba chueco parece. Me miraba de lado cuando entré al baño. Lo puse derecho, pero seguía torcido, entonces lo puse derecho de nuevo, pero me seguía mirando doblado. Repetí eso muchas veces, hasta que me mareé porque no me hacía caso. Si hubieras estado ahí, te habrías enojado hasta con la pared, yo creo.
Me rendí porque mi vejiga ya no aguantaba más; salió todo como un escupo. Era de color amarillo con café y olía ácido.
Sabía que tenía que volver rápido; limpié todo con el pedazo de confort que me dio la Luci. Casi vomito. Me acordé que tú siempre me decías que me tenía que aguantar las cosas, por eso mejor me lo tragué. Te hice caso, mamá.
Intenté correr, pero fue difícil. Tenía que volver rápido y les demás se me atravesaban en curvas, como serpientes paradas, y yo me sentía como las moscas que chocan contra las paredes. Necesitaba volver a tomarme el otro vaso porque, además, tenía mucha, muchísima sed.
La Luci me estaba esperando en mi cama con el vaso en su mano, se veía distinta, como si estuviese interesada por mí.
Me tomé el jugo - yo sé que no quita la sed, sólo el agua, ¿cierto? -, pero ahí me lo fui tragando lento y ella me miraba fijo.
—Ya, sírvaselo nomás, si todavía le tengo otros guardados. Es un secreto eso sí… - me dijo la Luci.
—Es que no está muy rico, tía. Disculpe, disculpe…
Ahí me tapé la boca con el polerón celeste – ese que me regalaste tú una vez –, intenté cerrar los dientes, pero me salía mucha saliva como con sabor a fierro de juego de plaza. Lo dejé todo baboseado. Perdón, perdón.
—Ya, ya, calladito — me habló bajito y el sudor le caía por la punta de la pera.
—Me quema y siento algo raro cuando miro alrededor. Como cuando la tele se pone mala y aparecen esas líneas y suena a cables cortados.
—No, si no es nada, oiga. Le puse más saborcito nomás, para que quedará más alegre. Confíe en mí.
Yo tenía que confiar en ella… Si no, no sé, mamita.
Y me tomé el otro vaso el otro.
Me hervía por dentro de la guata.
Ahora mi garganta era como una alcantarilla.
Mi lengua esponjosa absorbía ese fuego.
Y recordé cuando te acompañaba a lavar la loza; tú juntabas toda el agua sucia que quedaba estancada en el lavaplatos y la llevábamos al pozo del fondo del pasaje para que la casa no quedara hedionda. Pero ahí olía peor que a todos los restos juntos de caca mojada del barrio, a mi me daban arcadas siempre y tú nunca cerraste los ojos. Y cada vez que salíamos por debajo de la reja, me decías: “Esa agua no hay que tomársela, Umito. Nunca. Está cochina de cuestiones contaminadas, ¿me escuchó?”.
Y el otro otro otro otro vaso, lo decidí yo. ¿Se lo pedí yo? Parece. Estaba… ya no sé qué sabor tenía, pero ya no me tostaba tragar.
Me puse a dar vueltas por la pieza.
Y a dar vueltas por la cama.
A dar vueltas la puerta.
Estaba revuelto el techo y al revés mis movimientos.
La Luci se reía sentada en su silla, y se seguía riendo cuando empecé a grabarte esto. Le pedí que te lo haga llegar, quizás te lo va a reenviar porque es su celular. Ojalá no lo escuche ella. No sé por qué se sigue riendo, pero me duele la cabeza y quería contarte que hoy me porté bien.
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