No es común encontrar pintores contemporáneos que estén desarrollando un trabajo consistente, original y de calidad, uno de ellos es la artista japonesa Chie Yoshii.
Chie Yoshii nació en 1974 en Kochi, Japón. Se mudó a los EE. UU. para completar sus estudios formales de arte en el Massachusetts College of Art y en 2000 y estudió con el pintor realista, Adrian Gottlieb.
De 2002 a 2008 sus pinturas se han exhibido en galerías de todo el mundo, incluida la Galería Dorothy Circus en Italia, Urban Nation en Alemania, Gallery Bern Art en Japón, Corey Helford Gallery en Los Ángeles y William Baczek Fine Arts en Northampton, MA. Actualmente vive y trabaja en Los Ángeles.
En cuento a su técnica, es óleo sobre madera o lienzo, los formatos de sus pinturas podrían considerarse pequeños o medianos, yendo de los 20 a los 40 centímetros aproximadamente. Como es posible apreciar, llama la atención el uso de colores brillantes y puros, la suave gestualidad de sus retratos y el uso de animales de fábula como sus co-protagonistas.
Las mujeres en sus cuadros podrían ser ninfas o diosas de los bosques, también hechiceras o musas escapadas de algún sueño, como sea, todas logran transmitir una misteriosa calma y una fuerza contenida pero absolutamente real.
Las obras de Chie Yoshii, sus exposiciones y otros detalles pueden visitarse en su página web.
Tras el Abanico, oleo en panel de madera, 2021
Las dimensiones en las que nos desenvolvemos los seres con consciencia pueden dividirse fundamentalmente en dos; las situadas al interior del sujeto y las situadas al exterior del sujeto.
Las primeras suelen arrastrar el apelativo de “realidad subjetiva”, mientras que las segundas conforman la llamada “realidad objetiva”.
Sin embargo, en esta aproximaciones tiende a faltar una aclaración: que tal separación es la que puede hacer un tercero (y sólo un tercero) en relación con un sujeto observado y en ningún caso un sujeto con respecto a sí mismo.
Yo veo a un hombre mirando el horizonte, luego, yo puedo (con relativo éxito) separar al horizonte del hombre, al paisaje de lo que ese hombre pueda estar pensando, al mundo de su mundo.
Pero el sujeto observado no puede llevar a cabo con éxito ese mismo ejercicio, pues en su caso el horizonte, apenas se presenta frente a él, ha entrado a través de sus sentidos en lo que llamamos mente y, al mismo tiempo, su mente ha modulado el horizonte de forma instantánea haciéndolo su horizonte. (de la misma forma que el hombre que mira el horizonte ha entrado en mi mente siendo modulado por ella y modulándola).
Dicho esto, hablemos del arte.
El Arte y la Representación
Se ha dicho que el arte, durante miles de años, fue producto del ejercicio de representar el mundo, poniendo énfasis en la palabra representación para hacer hincapié en la idea de que fue (y en muchos casos aún es) un intento por plasmar la naturaleza y los eventos que en ella ocurren en desmedro de la representación del mundo interno del artista. Fue, se dice, un trabajo más bien fotográfico, en el que el artista escogía segmentos de la realidad objetiva para, en el caso de la pintura, llevarlas a un lienzo.
Pero si recordamos la aclaración que dio inicio a este texto recordaremos también que, en ese ejercicio, el artista nos habla también (inevitablemente) de su mundo.
Su arte era (es) una representación de lo que ve o de lo que escucha, y si bien eso que ve o que escucha se encuentra fuera de su sí mismo, al verlo o escucharlo, inmediatamente ingresa a su consciencia y pasa a formar parte de ese sí mismo.
Y eso, que ocurre con cada cosa que el artista (que el hombre) ve o escucha, con cada evento que, por medio de sus sentidos, accede a su conciencia, con mayor razón (o con mayor pureza) ocurrirá en relación con eventos que le son significativos, como es el caso de aquello que motivó el ejercicio representacional o, en otras palabras, lo que llevó al pintor a pintar lo que finalmente pintó.
De hecho, tales eventos han afectado tanto al artista, que este se ha visto en la necesidad de hacer todo cuanto hay que hacer para convertirlos en una obra. El pintor ha tenido que ir hasta el lugar donde pintará, ha tenido que escoger los colores, ha tenido que gastar horas frente al lienzo para contar lo que quiere contar.
La representación de una escena campestre, de un desnudo femenino o de un grupo de frutas que se secan, ha logrado ser significativo para el artista (para el pintor en este caso) y lo ha hecho en tal grado que éste ha terminado por escoger convertirlos en arte.
Aún aquellas obras por encargo nos hablan de algo significativo, aún el retrato de la hija de un hombre poderoso nos habla de elecciones, la elección del dinero, la elección de la fama y luego la elección del color, la elección de las posturas del modelo, la elección de la hora del día en que se pintará.
Entonces, si toda experimentación de la realidad está modulada por la consciencia, no cabe ninguna duda que aquellas experiencias que desembocaron en una obra lo estaban aún más.
Así, es difícil no estar de acuerdo con la idea de que estas obras son, también, un ejemplo de arte subjetivo, y esto porque no hay arte, no hay acción humana, que no lo sea.
En otras palabras, toda representación es también presentación. Toda representación del mundo es también una presentación de su autor, que está en el mundo.
Sin embargo, esto, no es lo mismo que esto, y esto no es igual a esto.
¿Qué fue lo que pasó entonces hace algo más de 100 años?
¿Qué decisión tomaron esos hombres liderados por Wassily Kandinsky?
La decisión, sin duda, no tiene que ver con el simple arquetipo de trasladar el objeto de la representación del mundo externo al mundo interno pues, como hemos dicho, tal distinción es ilusoria.
Entonces ¿qué fue lo que pasó?
Pasó que se cerraron los ojos y, sin abrirlos, se comprendió lo inseparable de mi mundo con el mundo.
En palabras más claras, no se ve ya el mundo sólo a través de los ojos, sino a través de aquello que la experiencia (que incluye lo que los ojos han visto) ha transformado en consciencia, en consciencia de uno como parte del mundo, en conciencia de uno preguntándose por el mundo y fundamentalmente, preguntándose por uno mismo.
Las claves visuales no vienen ya directamente de los que nuestros sentidos perciben, sino de lo que éstos han formado a lo largo de nuestras vidas y que llamamos consciencia (o mente o alma), es desde allí que se extraen los elementos que finalmente toman forma (o la pierden) en el lienzo, en el metal fundido o en la página en blanco.
La intención, creemos, fue cerrar los ojos para que la realidad se acerque a lo que en verdad es; a esa mezcla irrenunciable entre sujeto y objeto, entre el que representa y lo que representa, dejándose de lado todos los esfuerzos por anular tal diferencia, por forzar una representación alejada del sí mismo, para acudir directamente al Universo que somos. Universo que no pudo formarse sin el mundo, Universo que contiene al mundo y nos contiene, mirándonos y mirando el mundo.
La abstracción total, que nació con Kandinsky, por lo tanto, no es simplemente desprenderse de las claves visuales como es común oír, sino que es acudir a aquello que millones de claves visuales (y de todo tipo) han construido a lo largo de nuestros años, acudir a la memoria y también a los impulsos, acudir a nuestro ser-en-el-mundo y a las preguntas y vacíos que de esa situación emanan.
La abstracción total propuesta por Kandinsky es desprenderse de la inmediatez y, con ello, reconocer que no somos un objeto que mira en un tiempo y en un lugar determinado, sino que somos sujetos que somos y que fuimos y para quienes el mundo no es sólo las vacas que pastan en las campiñas francesas, sino que es todas las vacas que alguna vez pastaron en todas las campiñas que nuestra memoria guarda, todos los soles que las alumbraron, todos los verdes que las sostuvieron, y el resultado de esa conciencia no pueden ser las vacas de la campiña de Francia, pues de serlo quedarían demasiadas cosas fuera, demasiada experiencia y demasiados caminos.
Y entonces en el momento en que nos enfrentamos al lugar en el que surgirá la obra; al lienzo, a la arcilla informe, debemos cerrar los ojos, porque es con los ojos cerrados que podremos ver el Universo del que hablamos, pero sólo en ese momento, pues antes y después habremos de tenerlos lo suficientemente abiertos como para ver incluso aquello de lo que preferíamos no ser testigos.
Esa fue la decisión de Kandinsky; cerrar los ojos, reconocer quienes somos, intentar, por medio de la abstracción, la más pura representación, y así desenmascarar la inútil división entre lo uno y lo otro.
Es, de alguna forma, plantear que en aquella escena pastoril rechazada por Kandinsky y por quienes lo siguieron también está el artista, pero está amarrado, limitado a la forma y al color de un momento en particular, a todas luces un error, pues el hombre es en todos sus momentos, en todos los colores con que ellos brillan, y no hay expresión formal que pueda contenerlos no hay “escenas” que puedan explicarlo.
El arte abstracto no es la representación de uno mismo. Es la representación del mundo que en uno habita (y que a su vez habita el mundo). Es la representación de aquello que nos forma y trans-forma.
Y en ese mundo que se extiende a este lado de los ojos cerrados hay también nubes y flores, pero son tantas nubes y tantas flores (y también preguntas y también abismos) que una flor no basta y las nubes se alejan dejando estelas que terminan en trazos que algunos llamarán inconexos, simples garabatos que cualquiera podría reproducir, pero que en realidad contienen la compleja humanidad que cada momento de observación representa y contiene.
La artista con sede en Hungría Fanni Sandor sigue expandiendo su colección de pequeños animales salvajes.
La artista usa arcilla polimérica, plumas, pieles y otros materiales. Un dato interesante es que Fanni esculpe sus miniaturas con precisión bioloógica a una escala 1:12.
Muchas de sus piezas recientes incluyen aún más pequeñas creías de los animales que reproduce.
Fanni Sandor comparte sus creaciones y más información sobre ella en su Instagram.
Evocando imágenes propias de antiguos atlas de exploradores de siglos pasados, Beto Val nos sorprende con una serie de imágenes donde muestra su imaginación desbordante, combinando frutas con aves y otros animales.
Para conseguirlo, utiliza imágenes disponibles a través del dominio público, las corta, reposicionando aletas, alas y garras escamosas dando vida a criaturas surrealistas: caras redondas de búhos se asoman desde piñas, hojas de otoño brotan de aves tropicales y representaciones que evocan obsoletos pero maravillosos atlas zoológicos en los que cobran vida peces con cuerpos hechos de fresas, sesos y una de las primeras locomotoras industriales.
Val combina las ilustraciones analógicas con las manipulaciones digitales, construyendo collages que abarcan una gama de personajes que van desde lo caprichoso hasta lo absurdo.
Puedes seguir los extraños híbridos que sueña a continuación en Instagram.
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