Por Manuel Velásquez
Corría el año 1938 cuando en Curacautín nace una compañía forestal que, debido a las virtudes que entregaba la zona, instala sus aserraderos y maquinarias en el lugar. Al principio, lo hace de la mano de los inmigrantes argentinos que la fundaron, se bautiza como Fábrica Mosso.
La industria llega para dar una opción laboral a miles de personas, tanto de la ciudad como alrededores, transformándose en un sustento económico para muchas familias y en un factor clave para el desarrollo socioeconómico de la comuna.
Solo ruinas quedan en el sitio actualmente, luego de que en 2001 quebrara y cerrara definitivamente la producción. Los curacautinenses aún recuerdan a “la Mosso” como símbolo de un periodo de abundancia y progreso; en especial los fabricanos, como se ha denominado a los que laboraron ahí, para quienes la empresa era sinónimo de estabilidad económica.
Quienes no tienen el recuerdo solo perciben ruinas de un lugar donde día y noche sierras y cepillos preparaban un producto de exportación de nivel internacional.
Los obreros que un día allí se desenvolvieron representaban diversas áreas y disciplinas; desde lo más simple hasta lo más complejo. Se podría decir que muchos pasaron prácticamente toda su vida entregando servicios a la compañía, como es el caso de Mario Palavecino (51) quien, a partir de los doce años, comenzó a ser parte de la firma. Al principio llevando las viandas a los trabajadores para que luego, a los pocos años, pasara a ser parte oficial como fabricano. “Estuve en varios puestos, sobre todo en lo que fue parte aserradero”, expresa.
Fue parte del vasto número de personas que ahí obraron pues, como manifiesta “eran aproximadamente 1.500 personas de todas partes de la zona, la mayoría de Curacautín, y más de 400 venían del campo”.
Los habitantes de Lonquimay también vio una oportunidad en La Mosso. Dejaban sus hogares para arrancharse durante días y, a veces, incluso semanas en espacios que otorgaba la empresa para sus jornaleros. Sin embargo, luego de una gloriosa era, la fábrica cerró sus puertas y apagó para siempre sus sierras. Destino al que se llegó debido a la errada gestión de los recursos con los que contaba para su producción. Mario relata que “llegó un punto en que la empresa no plantaba la materia prima, se les fue acabando día a día y así iba subiendo el costo. Se fue encontrando que ya no tenía madera para trabajar hasta que se fue a quiebra (...) Nos quedaron debiendo, en el caso mío, tres meses de sueldo y no nos pagaron antigüedad”.
Al final de sus funciones no terminó siendo Fábrica Mosso, sino que cerró llamándose Focura (Forestal Curacautín). Este cambio fue producto de las malas administraciones que causaron varias crisis que la hicieron reinventarse, hasta que llegó un punto en el que ya no hubo vuelta atrás. “Para la ciudad fue una pérdida tremenda por ser el sustento del pueblo. Sobre todo lo fue para los trabajadores y el comercio. La gente tuvo que ir migrando debido a que era la única empresa que había aquí. Yo mismo tuve que irme fuera”, dice el exoperario.
Las consecuencias no solo las sintieron los fabricanos sino también los vecinos. Pedro Velásquez ha vivido desde siempre a metros de las dependencias que ahora se reducen a escombros. Fue testigo de la evolución que hubo en el pueblo, como también de la actividad que se daba en la empresa. “La jornada era de día y noche de manera continua. Había ruido de máquinas y de gente que gritaba. No era molesto para nosotros, pero las visitas se daban cuenta del boche”.
Las consecuencias de semejante campo laboral eran evidentes en todo el pueblo. “La gente se erradicó acá. Había mucha plata y a los negocios les iba bien (...) Se desarrolló todo tipo de comercio: de comida, de ropa, de bares, de diversión”, recuerda Pedro. “Se hizo grandes avances en carreteras, que acá no existían, para poder sacar su materia prima. Tuvieron que hacerlas hasta Lonquimay, porque antes estaba la vía del tren nada más (...) Hizo crecer a Curacautín en todo aspecto, porque la fábrica Mosso fue una de las industrias forestales más grandes de Sudamérica y además la más antigua”.
Una de sus últimas acciones, luego de quebrar, fue la construcción de una villa para los, ya entonces, exobreros: la población Juan Bautista Mosso. “Ese era un terreno que tenía la empresa de aproximadamente tres hectáreas en el que había una cancha de fútbol. Para apaciguar la quiebra y la deuda, hizo una ayuda a los trabajadores. Fueron 142 viviendas. El mismo sitio lo pusimos de aval. Nos costó como nueve años que nos entregaran las casas que, al final, como no había fuente laboral, no se podían pagar las cuotas, así que la Municipalidad aportó y se terminó. La mayoría somos fabricanos pero ahora ha llegado gente nueva”, explica Mario que sigue viviendo ahí.
Una historia de grandes victorias, pero también de una gran derrota que no solo se llevó consigo a la compañía, sino que además significó una gran pérdida para la comuna. La gente tuvo que migrar a buscar nuevos rubros, los comerciantes no tuvieron el mismo éxito de antes. En lugar de chimeneas ahora quedan despojos, sin embargo no solo eso, sino que también calles, edificios, poblaciones, memorias.
“La gente se erradicó acá. Había mucha plata y a los negocios les iba bien (...) Se desarrolló todo tipo de comercio: de comida, de ropa, de bares, de diversión”
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